Via Crucis para Niños

Camino de la cruz, camino de amor
Ante la dificultad que a menudo tiene los papás de disponer de material adecuado para iniciar a sus hijos en las devociones, el Ing. Atilio Gelfo, de Córdoba (Argentina) quiso compartir con nosotros este viacrucis para niños que providencialmente encontró. Las imagenes pertenecen a la artista Bradi Barth.
INTRODUCCIÓN
Queridos niños: Vamos a realizar juntos una oración muy antigua que se llama “Vía Crucis”, lo que significa “Camino de la Cruz”. Nos recuerda todo lo que Jesús sufrió por amor a nosotros, desde su condena, la marcha hacia el Monte Calvario con la Cruz a cuestas, su muerte y sepultura. Todo esto lo iremos recordando y rezando paso a paso, caminando junto a Jesús y haciendo pequeñas pausas en las que podemos mirar los diferentes cuadritos que representan el momento sobre el que reflexionamos. A medida que vamos avanzando, pensemos en lo mucho que Jesús sufrió por nosotros, pero más que nada en que lo hizo porque nos ama con un amor muy, muy grande. Porque la culpa de sus sufrimientos la tienen los pecados de los hombres, las ofensas de todos nosotros. Pero, si nos arrepentimos y le pedimos perdón, el amor inmenso de Jesús borra toda culpa y nos trae salvación.
I La condena de Jesús
Los tres años que Jesús estuvo recorriendo su región, los pasó “haciendo el bien”: predicando el reino de Dios, curando enfermos y haciendo otros milagros. Sin embargo, aquel triste viernes la gente pidió al Gobernante que lo condenara a morir crucificado, como morían los ladrones en aquel tiempo. Pilato sabía que Jesús era inocente. Pero no se jugó por la verdad, y condenó injustamente a Jesús.
También en nuestros días, Jesús, se cometen muchas y grandes injusticias entre los hombres, tus hermanos. Vos nos enseñaste a trabajar por la justicia ¡Ayúdanos a seguir tus enseñanzas!
¡Perdónanos, Señor, y muéstranos tu amor!
Por todas las veces que, sabiendo cuál es la verdad, no nos jugamos a decirla.....
Por juzgar mal a los demás, siendo injustos.....
II Jesús toma su Cruz
La ley exigía que el condenado tenía que llevar la cruz hasta el lugar de la crucifixión. Éste estaba en las afueras de la ciudad de Jerusalén, en una cuesta muy empinada. Como la cruz era pesada, el esfuerzo que hacían los condenados era muy grande. Pero en la Cruz de Jesús, lo que más pesaba eran los pecados de los hombres de todos los tiempos. Para salvar a la humanidad Jesús, el Hijo de Dios se había hecho hombre. Por eso Jesús, cuando le dieron la Cruz, la abrazó con fuerza y la besó, porque aunque son muchas nuestras ofensas, su amor es más grande y misericordioso. También nuestros días, Jesús, son muchos los que llevan en sus vidas cruces pesadas, en caminos largos y penosos. Camina junto a ellos, Señor, para darles fuerzas.
Danos fuerzas, Jesús.
Para reconocer cuando nos equivocamos y te ofendemos, haciendo más pesada tu Cruz..... Para aceptar los sacrificios que se nos presentan en la vida..... Para no perder la alegría en medio de las dificultades....
III Jesús se cae
Jesús estaba agotado: toda la noche sin dormir, sufriendo maltratos: insultos, golpes, los azotes y la coronación de espinas. Ya era casi mediodía, y Él subía esa cuesta llevando la Cruz... no dabas más. Aunque era Dios, era también perfectamente hombre, y ahora sentía en su cuerpo la fragilidad. Un tropezón con las piedras, un empujón, poco bastó para que perdiera el equilibrio y cayera dolorosamente. Pero no se quedó tirado, sacó fuerzas desde lo profundo de su corazón y se levantó, para seguir el camino. Lo hizo para enseñarnos a no desanimarnos cuando caemos, nos equivocamos, pecamos. Muchas veces, Jesús, tus hermanos los hombres te ofendemos y caemos en el pecado, y tenemos la tentación de desanimarnos y quedarnos tirados sobre el barro. Danos con amor tu mano, Señor, y ayúdanos a levantarnos con humildad.
Danos tu mano, Jesús.
Cuando no somos constantes en nuestro propósito de ser buenos, y te ofendemos:...
Cuando nos tienta el desánimo y flaquean nuestras ganas de seguirte....
Cuando nos tientan otros caminos aparentemente más fáciles, pero que no nos llevan a la felicidad....
IV Jesús se encuentra con su mamá
Como pudo, la Virgen María se hizo lugar entre esa cantidad de gente que insultaba a su Jesús. Quería verlo. Qué difícil fue ése momento. ¿Por qué habían lastimado tanto a su Hijo querido? ¿Qué había hecho de malo? ¿No había curado a sus enfermos de manera milagrosa? ¿Donde estaban los que antes lo seguían por miles? ¿Y los Apóstoles? Ahora, junto a Ella sólo estaba Juan y algunas mujeres. María no entendía, sentía su corazón atravesado de dolor. Miró a su Jesús con profundo amor, sin gritos ni desmayos. Y como Jesús había enseñado, perdonó, nos perdonó, con amor inmenso. Cuántas mamás de hoy, Jesús, sufren por sus hijos, por la enfermedad, la pobreza, la marginación. También por tenerlos lejos, o no saber nada de ellos, o porque son esclavos de las drogas y otros vicios. Míralas, Señor, con el mismo amor con que miraste a la Virgen en el Camino del Calvario, y con tu mirada, dales consuelo.
Escúchanos, Mamá María.
Te pedimos por todas las mamás que cuidan y defienden la vida de sus hijitos....
Te pedimos por las mamás que sufren por sus hijos....
Te pedimos por las mamás que están solas y con muchas dificultades....
V Jesús recibe la ayuda de un hombre
Todavía faltaba mucho para llegar, y avanzaban muy lentamente. Los soldados seguían gritando e insultando a Jesús y a los otros dos condenados con Él. Querían llegar de una vez a la colina para por fin crucificarlos. Pero, viendo a Jesús tan agotado, tuvieron miedo de que se les muriera de camino, y entonces, no iban a poder crucificar al “Rey de los Judíos”. Enseguida buscaron un voluntario para llevar la Cruz, pero nadie quería ¡Y pensar que a tantos había ayudado Jesús! Entonces tomaron a un hombre que iba de paso y lo obligaron a llevar la Cruz detrás de Jesús. El hombre, llamado Simón, aunque al principio de mala gana, fue un alivio para Jesús, y seguramente, el Señor se lo agradeció con su corazón amoroso. Cuántas veces, Jesús, nuestros hermanos nos piden ayuda, a veces sin palabras. Vos nos enseñaste a ser Buenos Samaritanos. Ayúdanos a verte a Vos llevando la Cruz en cada hermano que sufre.
Te pedimos, Jesús, que nos perdones.
Por las veces que nos piden ayuda y miramos para otro lado.....
Por las veces que nos dejamos dominar por la indiferencia y el egoísmo....
Por no entender que, aunque todos tenemos problemas, siempre hay alguien que nos necesita.
VI Verónica, una mujer valiente
Es verdad, fueron pocos los que en aquel camino doloroso se animaron a ponerse de parte de Jesús. Muchos preferían esconderse o hacer silencio. Hubo una mujer, que viendo la cara de Jesús tan lastimada, se llenó de valentía, y se enfrentó a los soldados para que la dejaran pasar. Y con el pañuelo de su cabeza limpió el rostro del Señor. ¿No era eso muy poco para tanto sufrimiento? ¿De que le servía a Jesús que le secaran la cara si todo su cuerpo estaba destrozado y lo llevaban para matarlo? Pero Jesús miró el corazón y el amor compasivo de aquella mujer llamada Verónica, y como premio, dejó su cara perfectamente marcada en el pañuelo ¡Que hermoso premio! Muchas veces, Jesús, nos parece que el bien que podemos hacer y la ayuda que podemos brindar son muy poca cosa, que ni vale la pena. Ayúdanos para que, como Verónica, tengamos la valentía de salir de nuestra comodidad.
Que sepamos descubrir tu rostro
Para ser valientes en ayudar a los que todos desprecian....
Para comprender que cuando ayudamos al que sufre, secamos tu rostro dolorido....
Para no desanimarnos, y saber que nuestra pequeña ayuda es importante y que suma...
Para tener siempre tu rostro grabado en nuestro corazón, y así te anunciemos a los demás....
VII Jesús se cae otra vez
A pesar de las pequeñas ayudas de Simón y de Verónica, la marcha se hace cada vez más penosa. Jesús se vuelve a caer, su rostro vuelve a llenarse de tierra. Y nadie se preocupa de tenderle una mano amable, sólo gritos, golpes, amenazas. ¿Por qué están tan endurecidos esos corazones? ¿Nadie se compadece de ése pobre Hombre tirado en la tierra? En nuestros días, Jesús, muchas personas tienen su corazón endurecido. Nada les importa el que está al lado, lo que le pasa, lo que necesita. Y si alguien se equivoca, son muchos los que están prontos a pisotearlo y acusarlo sin piedad. Danos, Señor, un corazón compasivo, que sepa comprender las miserias y caídas de los demás. Porque Vos mismo bajaste del Cielo, mordiste nuestra tierra para levantarnos del pecado y alzarnos sobre tus hombros con amor, como el Pastor que buscó a la oveja perdida.
Danos un corazón compasivo
Para no olvidar que todos somos débiles, caemos, y necesitamos ayuda...
Para ser más comprensivos de los demás....
Para seguir tus enseñanzas y tú ejemplo misericordioso....
VIII Jesús consuela a las mujeres que lloran
En un recodo de aquellas estrechas calles de Jerusalén, un grupo de mujeres lloraban apenadas por lo que le estaba pasando a Jesús. A pesar de los gritos de la multitud, el Señor las escuchó, las miró y, al acercarse a ellas les habló con amor y gratitud. Pero las habló para consolarlas, ¡Él, que era quien necesitaba ser consolado! Jesús les dijo “No lloren por mi, mejor lloren por ustedes y sus hijos”. Así les hizo ver que Él sufría por los pecados de todos los hombres, y que por eso, aunque nos conmueva la Pasión del Señor, es más importante arrepentirnos de nuestros pecados y pedir perdón.
Te rogamos, Señor Jesús.
Por las mujeres que en diferentes profesiones y vocaciones se preocupan por consolar a sus hermanos....
Por las personas que necesitan consuelo, para que lo encuentren por medio de la fe en Vos. Por las personas que se acomodan en el pecado, no quieren arrepentirse, y hacen que tu Pasión sea más dolorosa.
IX Tercera caída de Jesús
Volvió a caerse. Ya no tenía fuerzas ni siquiera para frenar la caída con sus brazos. Todo el peso de la cruz cayó también sobre su cuerpo. Intentaba pararse, y no podía, aunque su amor era inmenso, quiso sentir la debilidad y las limitaciones humanas. ¡Y ya tan cerca del Calvario! Entonces, los soldados impacientes lo levantaron y prácticamente lo arrastraron el último trecho del camino. Jesús, con tus caídas y tu falta de fuerzas nos señalas que también hoy existen otros Cristos caídos. Son nuestros hermanos que no tienen fuerzas para salir de la angustia o la depresión, de la enfermedad o la pobreza. Únelos, Señor, a tu dolor, y dales tu fortaleza.
Ten piedad, Señor Jesús.
De los que intentan levantarse de una vida de pecado y alejamiento de Vos.
De los que sufren postrados por largas enfermedades y de quienes los atienden.
De los que no pueden ser felices a causa de la angustia y la depresión.
X Le arrancan la ropa
Por fin llegan al Calvario, la colina de las crucifixiones. Era mucha la gente que se había juntado, y no paraban de reírse de Jesús e insultarlo. Entonces los soldados les dieron otro motivo de burla: lo dejaron sin ropa. Así, Jesús sintió renovarse sus dolores cuando le arrancaban la tela pegada a su cuerpo con sangre. Y también sintió la humillación de que lo dejaran desnudo frente a la multitud. Sólo lo cubría su amor por nosotros y su misericordia.... En nuestros días, Jesús, muchos de nuestros hermanos son humillados porque se los despoja de su dignidad como personas, se violan sus derechos, se abusa de su falta de conocimientos, se favorece la impunidad de los poderosos, se los calumnia. Tampoco se nos enseña a respetar nuestro cuerpo y el de los demás, sabiendo que somos Templo del Espíritu Santo.
Nos necesitas, Jesús
Para ser abrigo de las necesidades materiales, afectivas y espirituales de nuestros hermanos, cuando podemos hacerlo...
Para reparar tantas formas de despojo que existen en nuestro tiempo.
Para que seamos tus testigos respetando y haciendo respetar a todas las personas.
XI Jesús es crucificado
Mansamente, como un cordero, Jesús se acostó sobre la Cruz y abrió sus brazos. No se resistió al sacrificio: para eso se había hecho Hombre, sin dejar de ser Dios. Era el camino que había elegido para salvarnos: así de doloroso, para mostrarnos qué grande es su amor, y qué malo es el pecado. Los golpes del martillo atravesando sus manos y sus pies con los clavos retumbaron y retumban en la historia, como diciendo en el latido del corazón de cada uno de los hombres: “Dios te ama y te perdona”. Y ahí está Jesús crucificado. Pero esos clavos no podrán impedir que sus pies sigan caminando en busca de amigos para su Reino, ni que sus manos sigan bendiciendo, acariciando, curando, perdonando....
Muestra, Jesús, tu Misericordia.
A nuestros hermanos prisioneros en las cárceles.
A quienes están privados injustamente de su libertad.
A quienes sufren esclavitudes morales.
XII Jesús muere en la cruz
Con tus brazos extendidos en la Cruz, Jesús, abrazaste a toda la humanidad. Tus palabras no fueron de reproche, ni venganza, ni odio hacia los responsables de tu dolor, todos nosotros. De tu corazón agonizante sólo surgieron palabras de amor: Pediste al Padre que nos perdonara, perdonaste Vos mismo al ladrón que se arrepintió, te preocupaste de que tu mamá no quedara sola y la hiciste Madre de todos nosotros... Déjanos ahora quedarnos un ratito junto a la Cruz, al lado de Juan, de María y las otras mujeres. En silencio miramos tu cuerpo sin vida y te pedimos perdón. Nosotros, que nos hacemos la señal de la cruz, que muchas veces llevamos una cruz colgada en el pecho, queremos hacer que esa Cruz, realmente sea un signo de salvación para nosotros y nos recuerde siempre tu amor inmenso. Vos nos enseñaste que nadie tiene un amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos.
Canto sugerido: Perdona una vez más
(P.Julián Zini-T.Cáceres)
Dios Padre de los hombres, te faltamos, ¡Ten piedad!,
Olvida nuestro olvido, te rogamos, ¡Ten piedad!
Dios Hijo, de los hombres no supimos, ¡Ten piedad!,
Reconocerte hermano, no quisimos, ¡Ten piedad!
Por todo lo que hicimos de daño a los demás
y por lo que no hicimos de bien y de verdad,
por tantas injusticias, y por tanta maldad,
¡Escucha nuestro ruego, perdona una vez más!
XIII Bajan de la cruz el cuerpo de Jesús Hasta la Creación expresaba su dolor por la muerte de Jesús: todo estaba oscuro y gris. Se acercaba el atardecer y era necesario bajar el Cuerpo y sepultarlo. La gente se había desparramado, asustada por el temblor de tierra. Sólo unos pocos, los fieles amigos de siempre y su Madre, presenciaron el descenso. Después de bajarlo, lo pusieron en los brazos de la Virgen, que con sus lágrimas intentaba lavar el Cuerpo destrozado de su Jesús. Lo apretaba contra su pecho, como si con su Corazón destrozado quisiera darle vida. Pero Ella sabía que debía ser así, que debía ocurrir aquella muerte para que nosotros tuviéramos vida. Por eso, repetía en su alma: “Yo soy la esclava del Señor, que se cumpla en mí su Palabra”.
Ayúdanos, Madre querida. Para aceptar siempre la Voluntad de Dios, aunque sea algo doloroso.... Para seguir tu ejemplo de serenidad y resignación amorosa... Para ser capaces de perdonar, como vos nos perdonaste por lo que hicimos a tu Hijo....

XIV Sepultan a Jesús Apurados por la noche que se acercaba y el inicio de un día muy solemne, tuvieron que sepultar a Jesús sin poder terminar todas las Ceremonias que se acostumbraban. Un amigo que tenía dinero ofreció un sepulcro cercano al Calvario. Y allí lo dejaron, envuelto en una sábana. Después, corrieron una piedra muy pesada para tapar la entrada. Todo quedó en silencio. En los corazones de sus amigos se agolpaban los recuerdos de los días compartidos juntos. En el Corazón de María el silencio era de espera. Ella sabía que aquella muerte no era definitiva: Jesús había prometido que iba a resucitar. Entonces sí brillaría su Divinidad y su Poder, y la muerte sería definitivamente vencida. La espera de María, sostenida por su Fe, no fue inútil. La amargura de aquel oscuro Viernes Santo fue superada por la luz de Jesús Resucitado en la madrugada del domingo.

Virgen de la Esperanza, ayúdanos. Para que nunca perdamos la esperanza en las promesas de Jesús. Para que la Resurrección de Jesús sostenga nuestra vida. Para que con nuestra alegría seamos testimonio de nuestra Fe en un Jesús que está vivo. Para que sostengas nuestra esperanza de resucitar también nosotros y reencontrarnos con nuestros seres queridos.

ORACIÓN FINAL Querido Jesús: Hemos querido acompañar tu camino doloroso, para ser un pequeño alivio a tu sufrimiento. Te pedimos que nos perdones todas las veces que te ofendemos y hacemos más pesada tu Cruz. Te prometemos que siempre trataremos de ser mejores, de no dejarte abandonado y solo en la Cruz. Queremos ahora pedirte por la Iglesia, que es la continuadora de tu obra, y por nuestros Pastores. Que lleguen a tu Corazón las intenciones de nuestro Santo Padre. Que la Virgen, tu querida Mamá y Mamá de todos nosotros, nos ayude en nuestros propósitos.


Vía Crucis del Beato Manuel Lozano Garrido

Selección de textos por el postulador de la causa, Rafael Higueras
Manuel Lozano Garrido, más conocido como "Lolo", nació en Linares (Jaén) el 9 de agosto de 1920. Perteneció a la Acción Católica y con 16 años expuso su vida por distribuir la Eucaristía en los años de la persecución religiosa, motivo por el que fue encarcelado. Durante más de 28 años sufrió a causa de la enfermedad que lo llevó a la parálisis total y a la ceguera. Supo superar sus dolores con alegría, profunda oración e intensa vida de fe, dedicándose al periodismo y siendo un fecundo escritor. Fundó la obra pía "Sinaí: grupos de oración por la prensa". Murió en Linares el 3 de noviembre de 1971. Fue beatificado el 12 junio de 2010.
ORACIÓN INICIAL
Oh Dios, que en el corazón del beato Manuel, has infundido una gran alegría y sencillez para que en el sufrimiento irradiase el sentido salvífico del dolor, concédenos, por su intercesión y ejemplo, anunciar dignamente el Evangelio con obras y palabras. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Fuente: amigosdelolo.com



VOLVER A VIA CRUCIS

Via Crucis del P. José María de Llanos, sj.

Las imágenes corresponden al Viacrucis en Mosaico del sacerdote y artista P. Marko Iván Rupnik,sj. De origen esloveno, está radicado en Roma. Sus originales obras adornan iglesias en Fatima, Lourdes y la Capilla privada del papa. Consultor del Pontificio Consejo para la Cultura, fue galardonado con varios premios, entre los cuales se cuenta el "Beato Angelico".
Agradecemos al P. Leandro Bonnin, Vicario Parroquial de Nuestra Señora de la Piedad de Paraná (Entre Ríos), que tan gentilmente nos enviara las meditaciones a las estaciones.
Para meditar el Santo Via Crucis, es conveniente buscar un lugar adecuado, donde podamos entrar en clima de oración, preferentemente en la iglesia y ante las estaciones, o frente al Sagrario. Es importante leer lentamente el texto, y hacer un buen espacio de silencio después de cada estación. Mirar a Jesús en cada una de ellas, y recordar que “por mí va a la Cruz” . (San Ignacio de Loyola)
Oración inicial
Señor mío Jesucristo que nos invitas a tomar la Cruz y seguirte, caminando Tú delante para darnos ejemplo: danos tu luz y tu gracia al meditar en este Vía Crucis tus pasos para saber y querer seguirte. Oh, Madre de los Dolores: inspíranos los sentimientos de amor con que acompañaste en este camino de amargura a tu Divino Hijo. Amen.
I Jesús condenado a muerte
Jesús frente a Pilato. Hay una guerra a muerte entre el mundo representado en Pilato y Cristo. Hay que escoger bandera y partido. O con el mundo, que se divierte condenando a Cristo, o con Cristo, que por amar es condenado a muerte. Sé en qué partido estuve hasta el día de hoy. Me duele, ¿Dónde voy a estar desde mañana? ¡Señor, dime que no soy del mundo, dime que no es posible servir a dos señores!
II Jesús con la cruz a cuestas
Recibe Él con amor el madero donde van mis pecados y miserias. Los que cometí y no pagué. Porque los pagó Él. Los pago Él. Fueron sobre sus hombros. Por eso fui su verdugo y no su discípulo. Ahora quiero aprender de Él y marchar tras Él con la cruz mía, la que yo fabriqué y Él soportó. Ahora prometo hacer penitencia. Para pagar mis deudas. Para devolver amor. ¡Señor, porque quiero ser tu discípulo, quiero negarme y llevar mi cruz!
III Jesús cae por primera vez
Y cayó porque le pesaba mi carga. Y cayó para que no me desanime en mis caídas. Si me pesa la vida, si caigo, acuérdeme que le pesaba a Él mi cruz y cayó. Llevaba sobre sus hombros mis pecados, mis incapacidades, mis fallos, mis impotencias. Todo lo mío. Porque es mi hermano y conmigo avanza por la vida. Él lleva mi vida y mis obras hechas cruz sobre sus hombros. ¡Señor, hazme tu yugo suave y tu carga ligera!
IV Jesús encuentra a su Madre
Siete espadas atraviesan el corazón de Ella. Se las clavo yo, que llevo así a Jesús por las calles de Jerusalén. Yo, que hice llorar a tantos, la hice también llorar a Ella. Yo, que tengo el corazón endurecido. ¡Qué bien sé cargar maderos en las fuertes espaldas del Señor! ¡Qué bien sé clavar espadas en el blando Corazón de mi Madre! ¡Señor, haz que mi corazón de piedra se haga corazón de carne!
V El Cireno ayuda a llevar la cruz
Egoísta como el de Cirene, contemplo a Jesús con su carga. A aquel hombre le obligaron los soldados a salir de su indiferencia y tomar la cruz. ¿No serán el amor y la contrición, los que me obliguen a mí a salir de mi abulia y cobardía, para pedirle al Señor que me deje tomar parte de su cruz? Porque en ella está la salud y la vida. Porque la necesito, porque me la merezco, porque quiero llevar con mi hermano la paga de mi vida. ¡Señor, dame de tu cruz!
VI La Verónica enjuga el rostro del Señor
Cobarde como todos aquellos que contemplan la caravana. Cobarde yo, no me atrevo a confesar a Jesús ante los hombres, no me atrevo a salir al camino como la Verónica y enjugar su rostro. No me atrevo a ser piadoso delante de los demás. No me atrevo a ser misericordioso, enjugando el rostro de los otros cristos, todos lo que sufren... No me atrevo... ¡Señor, desata me cobardía para que, ante el mundo, te proclame a Ti!
VII Jesús cae por segunda vez
Humillado, cae a los pies de los soldados. No había venido a ser servido, sino a servir. Abyección de la plebe y oprobio de las gentes. Jesús pisoteado para que yo pisotee las glorias del mundo, sus pompas y vanidades, y mis orgullos y soberbias. Para que sea humilde. Jesús a los pies de los Apóstoles. Jesús a los pies de los soldados. Jesús a disposición de todos, se ha hecho Pan de todos para que todos le comamos. ¡Y le seguimos pisando!... ¡Señor, tu discípulo no quiere ser más que su Maestro! ¡Ayúdame a sufrir fracasos y deshonras!
VIII Jesús y las mujeres de Jerusalén
No acepta el Señor aquellas lágrimas sinceras. Prefiere la compasión más viril, la que florece en contrición y en penitencia. La que quiere de mí Es fácil la piedad sensible; rehuimos la piedad sacrificada, la que hace de la mortificación y del seguimiento de Cristo una profesión heroica. ¡Cuántos lloran al paso de Jesús y qué pocos le siguen! ¡Cuántos sarmientos secos en su vida, qué pocos sarmientos vivos y doblados por el peso de los frutos! ¡Señor, mírame! Sabes mi debilidad que me tiene al margen de tu camino; dime como a Lázaro: “¡Levántate y anda!”
IX Jesús cae por tercera vez
Y una vez más por tierra, y una vez más surge y asciende. Para darme el Señor la lección de heroica perseverancia. Porque el cansancio en el camino de Cristo es de todos y de siempre, es mi enfermedad, mi vida; me canso de seguirle, me canso de la virtud, me canso de la piedad. Me canso, me aburro. Cristo cae y se levanta hasta el fin. ¡Así, Señor, hasta el fin de mi vida, por duro que sea el camino, por largo que sea, siempre levantándome, siempre! ¡Jesús!, cuando veas que me sumerjo, perdiendo la confianza, que Tus manos me tomen, que Tus labios me digan: ¡Hombre de poca fe!, ¿por qué dudas?
X Jesús despojado de sus vestiduras
Despojado de todo, libre, sin las mil ataduras con que los hombres nos atamos a la tierra, Jesús despojado, sin nada, frente a mis concupiscencias de cosas, de mundo, de placeres, de cariño. Jesús pobre, Jesús solo. Yo rico, yo espléndido, yo mimando y querido. Por mis culpas y mis malos deseos y mis codicias y mis injusticias, Jesús padece pobreza, deshonra y soledad. Y las sigue padeciendo en sus pobres, imágenes suyas, pedazos de su Cuerpo místico. ¡Señor!, ¿aprenderé a vaciar mi corazón de tierra, a entender lo que es pobreza, lo que es humildad, lo que eres Tú?
XI Jesús es crucificado
Cae el martillo, traspasan los clavos la carne de Dios, mis pecados golpean; mis pecados de carne que se ceban en la carne divina, mis lascivias que hacen llagas en el casto cuerpo de Jesús, mi lujuria que ensangrienta Su pureza. Y quedan Sus manos abiertas y Sus pies clavados. Y yo enfrente, entre el mundo que ríe, diciendo: ¡Bájate de la cruz! ¡Bájate de la cruz! Pero no, Señor; no te bajes. ¿Qué seria de mí, si dejaras tu puesto, que es el mío, el suplicio que yo me gane y que tu padeces? No te bajes, Señor, y escóndeme en tus llagas para que se mueva allí mi espíritu y se haga casta mi carne.
XII Jesús muere en la cruz
Y habiendo dado una gran voz, inclinó la cabeza y expiró. En las manos de su Padre había puesto su espíritu; y en las de los hombres su perdón, su sangre y su Madre. Todo se había consumado. Nada más podía hacer ya. ¿Me parece poco? ¿Nos parece poco? Sin duda, porque aún seguimos, aún sigo pecando y pecando. Me parece poco la sangre y la muerte de Dios. El lo sabía, y, desde Su cruz, me miró enternecido: “Tengo sed”. Aún le restaba amor y sed de pagar más por mí...; aún, todavía más. Y un día y otro día sigue su sacrificio en los altares, a través de los siglos, y de los años, y de los minutos. ¡Y yo..., aún sigo pecando! ¡Señor, Señor, hasta cuándo!
XIII El descendimiento del Señor
Sobre el seno de María queda el cadáver de Jesús. Ella, en silencio, contempla y llora. Es mi obra: “Señora, yo lo hice, yo maté a tu Hijo con mis crueldades y tibiezas, con mis injusticias y cobardías, con mis impiedades. Yo fui, Señora: Tú me lo diste hecho Vida, yo te lo devuelvo muerto. Es mi obra, lo único grande que hice en la vida, lo único eficaz...” Ella, en silencio, contempla y llora. ¡Jesús ha muerto!... Y yo, tras contemplar y pedir perdón en estos Ejercicios, ¿volveré otra vez a empezar?
XIV Jesús es sepultado
El sepulcro del Señor es urna de esperanza. Es noche de estrellas. Es ansias de resurrección. Como el Sagrario, el pequeño sepulcro místico de Jesús, con su puerta sellada y su silencio expresivo, y sus promesas de vida. Vigilaban los guardias y yo vigilaré; esperaban las mujeres y yo esperaré... Esperaré, esperaré la aurora del gran día, cuando venga mi resurrección, y el verle cara a cara y el abrazo estrecho y divino de duración eterna... ¡Ven, Señor Jesús, ven...Despunta la aurora de tu día!, ¡ven!