Vía Crucis del P. Sáenz

El P. Alfredo Sáenz, s.j. es Licenciado en Filosofía y Doctor en Teología por la Universidad Pontificia de San Anselmo. Reside en Buenos Aires donde despliega una intensa actividad como docente, escritor, conferencista y predicador de ejercicios espirituales. Algunos de sus libros son "El icono, esplendor de los sagrado", "La Cristiandad y su cosmovisión", "Antonio Gramsci y la revolución cultural" y "El pendón y la aureola". Sus conferencias sobre la Iglesia en las encrucijadas de la historia han sido publicadas por Editorial Gladius en varios tomos bajo el nombre "La Nave y las Tempestades", conformando una estupenda Historia de la Iglesia cuya lectura recomendamos calurosamente.
Las imágenes que ilustran este via crucis, corresponden a fotogramas del film "La Pasión", del realizador australiano Mel Gibson.

I Jesús condenado a muerte Está el inicuo juez sentado en el tribunal, y a sus pies el Hijo de Dios, Juez de vivos y muertos, lleno de confusión, las manos atadas como un facineroso, oyendo la más ignominiosa sentencia. ¡Oh Jesús mío querido! ¡Tú, Autor de la vida, condenado a muerte! ¡Tú, la inocencia y santidad infinitas, condenado a morir en un infame patíbulo, como el más infame de malhechor! Qué amor tan grande tuyo y la ingratitud tan enorme la mía, pues te condeno de nuevo cada día. Y ¿por qué? ¡Por seguir una mala inclinación, por un mezquino interés, por un qué dirán! Perdóname, Jesús mío, y por esa inicua sentencia, no permitas que sea yo un día condenado a la muerte eterna, que merecían mis pecados. En el pretorio Jesús con amor, Acepta la sentencia del Pretor, por ti. Dolor con Cristo doloroso, Quebranto con Cristo quebrantado, Lágrimas, pena interna de tanta pena Que pasó por mis pecados. ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué he de hacer por Cristo?

II Sale Jesús con la cruz a cuestas ¡Y quieres, inocente Jesús mío, llevar Tú mismo, cual otro Isaac, el instrumento del suplicio! ¡Estás exhausto de fuerzas! ¡Tus espaldas y hombros están doloridos y rasgados por los azotes! ¡La cruz es larga y pesada! Y cuánto no acrecientan todavía su peso mis iniquidades y las de todo el mundo… Sin embargo, la aceptas, y besándola la abrazas y llevas decididamente por mi amor. Y tú, pecador, ¿aborrecerás la ligera crus que Dios te envía? ¿Querrás tú ir al cielo por los deleites y regalos, yendo allá el inocentísimo Jesús por el dramático camino de la cruz? Reconozco mi engaño, Salvador mío; envíame penas y tribulaciones, que resuelto estoy a sufrirlas con resignación y alegría, por amor de un Dios que tanto padeció por mí. Sobre sus hombros se carga la cruz, Quien del mundo es la más clara luz, por ti.

III Jesús cae la primera vez No es extraño Jesús mío, que sucumbas rendido al enorme peso de la cruz. Lo que me pasma y sin duda hace llorar hasta los ángeles del cielo es la bárbara fiereza con que te tratan esos sayones inhumanos. Si cae un animal se le tiene compasión, lo ayudan a levantarse. Pero cae el Rey de cielos y tierras, el que sostiene la admirable fábrica del universo, y lejos de moverse a compasión, le insultan con horribles blasfemias, le maltratan y acosan con diabólico furor… ¿Y qué hacías, en qué pensabas entonces, oh Señor? En ti pensaba, pecador, por ti sufría con infinita paciencia y alegría; tú habías merecido los oprobios y tormentos más horribles, y Yo para librarte de ellos he querido pasar por este espantoso suplicio. ¿No estás todavía satisfecho? ¿Quieres aún maltratarme con nuevas ofensas? Aquí me tienes, descarga tú también duros golpes contra Mí. No Jesús mío, no; antes morir que volver a ofenderte. Cae por tierra rendido el Señor
Mas se yergue con subido ardor, por ti.

IV Jesús encuentra a su madre ¿Qué sentiste, oh angustiada Señora, al ver aquel trágico espectáculo? El pregonero publicando con lúgubre trompeta la sentencia fatal. Una multitud inmensa que se agrupa, profiriendo injurias y blasfemias contra Jesús. Los soldados y sayones en dos filas, y Jesús en medio de dos malhechores. ¿Lo conoces, oh Madre amantísima? ¿Es este tu Hijo bendito? ¿Es ese el más hermoso de los hijos de los hombres, la beldad de los cielos y la alegría de los ángeles? ¿Aquel Hijo de Dios que con tanto regocijo diste a luz en Belén? ¿Dónde están ahora los reyes y pastores que entonces lo adoraban? ¿Qué se han hecho los ángeles del cielo que entonaban entonces himnos de alabanza? ¡Qué cambiado está! Sus ojos inundados de lágrimas y sangre, coronada de espinas su cabeza; todo El hecho una llaga. ¡Oh María, afligida entre todas las mujeres! ¡Oh Jesús! ¡Oh María! Perdonad a este ingrato, a este pecador, causa de tanta amargura. Jesús con pena a María encontró, Y la Madre se desvaneció, por ti.

V Jesús ayudado por el Cireneo Temiendo los judíos no se les muriese Jesús antes de llegar al Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo que tienen de crucificarle, buscan quien le ayude a llevar la cruz, y no le encuentran. Había entonces en Jerusalén tantos millares de hombres, y sólo Simon de Cirene acepta este favor, y aun por fuerza. ¿Y así te desamparan, Jesús mío? ¿No fueron cinco mil los hombres que alimentaste con cinco panes y dos peces en el desierto? ¡Y nadie quiere llevar tu cruz! ¡Ni siquiera tus apóstoles, ni Pedro! ¡Y ella, no obstante, nos predica la latitud de tu misericordia, la longitud de tu poder, y la profundidad de tu sabiduría infinita! Teman, pues, los que eluden la cruz, oyendo a Cristo que dice: El que no carga y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. Simón ayuda forzado al Señor De la cruz gustando el gran valor, por ti.

VI Verónica enjuga el rostro de Jesús ¡Qué valor el de esta mujer! Ve aquel rostro divino a quien desean contemplar los ángeles, cubierto de polvo, afeado con saliva, denegrido con sangre; y movida a compasión, se quita la toca, atropella por todo y acercándose al Salvador, le enjuga su rostro desfigurado. ¡Cómo confunde esta mujer fuerte la cobardía de tantos cristianos, que por vano temor de qué dirán, no se atreven a obrar bien! Dichosa Verónica, y ¡cómo premia el Señor tu denuedo, dejando su rostro santísimo estampado en esa afortunada toca! ¿Quieres tú, cristiano, que Dios imprima en tu alma una perfecta imagen de sus virtudes? Pisotea generoso el respeto humano, como la Verónica; haz con fervor, haz a menudo el Via Crucis; y no dude que Jesús grabará en tu alma fiel traslado de sus virtudes. Tierna Verónica enjuga la Faz Del omnipotente Rey de paz, por ti.

VII Jesús cae la segunda vez Cae el Señor segunda vez bajo la cruz; nuevas injurias y golpes, nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos dolores y tormentos, nuevos rasgos de amor de parte de Jesús. Parece que el infierno desahoga contra El todo su furor. Más ¿qué hará el Señor? ¿Dejará la empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera contradicción abandonamos el camino de la virtud? No: bien podrá decirle: Si eres Hijo de Dios baja de la cruz, deja la cruz; por lo mismo que lo es, allí permanecerá, a ella se aferrará hasta morir. ¿Cuándo, Señor, imitaré tu heroica constancia? No siendo coronado sino el que combatiendo legítimamente perseverare hasta el fin, ¿de qué me servirá abrazar la virtud y llevar la cruz solamente algunos días? Cueste, pues, lo que costare, quiero, con tu divina gracia, amarte y servirte hasta morir. Vuelve por tierra Jesús a caer Pecador no vayas a ceder, por ti.

VIII Jesús consuela a las santas mujeres ¡Qué caridad tan ardiente! Olvidando sus atroces dolores, Jesús se acuerda tan sólo de nuestras penas. “Hijas de Jerusalén”, dice a las piadosas mujeres que le seguían llorando, “no lloréis mi suerte; llorad más bien sobre vosotros y sobre vuestros hijos”. ¿Pero puede haber objeto más digno de llanto que la pasión y muerte del Hijo de Dios? Sí cristiano; hay cosa más digna de lágrimas, es el pecado. Pues el pecado es la única causa de la pasión y muerte tan ignominiosa; mal terrible, único mal. ¡Y no obstante, tú pecas con tanta facilidad! ¡Y recaes tan a menudo en el pecado! Lloran las hijas de Jerusalén, Preso y condenado nuestro Bien, por ti.

IX Jesús cae la tercera vez ¿Qué es esto, Jesús mío? ¡Tú, “resplandor de la gloria del Padre”, consuelo de los mártires, hermosura y alegría del cielo, Tú, caído en tierra, primera, segunda y tercera vez! ¿No eres Tú la fortaleza de Dios?... “Hoy formas generosos propósitos, y mañana están ya olvidados; ahora me entregas el corazón, y un instante después ya no suspiras sino entregas el corazón, y un instante después ya no suspirar sino por pasatiempos y liviandades. Yo caigo segunda y tercera vez para expiar tus continuas recaídas, caigo para alzarte a tu de la tibieza; caigo para que, temerario, no te expongas de nuevo al peligro de recaer en pecado; caigo, en fin, para que no caigas tú jamás en el abismo del infierno”. Gracias, Dios mío, por tan inefable bondad; y por esta tan dolorosa caída, dame tu fuerza, te lo suplico; para que me levante por fin de mi vida de pecado, y camine firme y constante en tu santo servicio. El Verbo Rey cae por tercera vez Mira, cristiano, por tierra Juez, por ti.

X Jesús despojado de sus vestiduras
Cuando te curar una herida, por fina que sea la venda que la envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa madre, ¡qué dolor no sientes al despegarse la tela de la carne viva! ¿Cuál sería, pues el tormento de Jesús al serle quitada la vestidura? Como había derramado tanta sangre, estaba pegado a su cuerpo llagado; vienen los verdugos y la arrancan con tanta fiereza que llevan tras sí la corona, y hasta pedazos de carne que se le habían pegado... ¿Y en qué pensabas, purísimo Jesús, al verte desnudo delante de tanta muchedumbre? “En ti pensaba, pecador, en los pecados impuros que cometes; por ellos ofrecía Yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan atroz. ¡Oh inmensa caridad la tuya! ¡Oh negra ingratitud la mía! Nunca más, Señor, renovar esas llagas con mis pecados, Nunca más pecar. Ya lo desnudan con furia cruel, Y a beber le dan vinagre y hiel, por ti.

XI Jesús clavado en la cruz ¿Quién de nosotros tendría valor para sufrir que le atravesasen los pies y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría ánimo para ver atormentado a su mayor enemigo? Pues este atroz tormento padece Jesús por nuestro amor. Ya le tienden sobre el lecho de dolor; ya enclavan aquella mano omnipotente que había formado los cielos y la tierra; ya brota un raudal de sangre. Más esto es poco. Encogido el cuerpo con el frío y los tormentos, no llegaban ni las manos ni los pies a los agujeros cordeles, y tiran con inhumana crueldad, desencajando de su lugar aquellos huesos santísimos. ¡Qué dolor! ¡Qué tormento! Todo lo contempla su Madre amantísima; ningún alivio, ni una gota de agua puede dar a su Hijo; ¿y vive todavía? ¿Y no muero yo de dolor, siendo mis pecados la causa de tanto tormento? No permitas, Jesús mío, que, sordo a tus inspiraciones divinas, deje yo mi conversión para más adelante.

XII Jesús muere en la cruz
Contempla, cristiano, a esos dos malhechores crucificados con el Señor. ¡Qué maldades no habría hecho el buen ladrón! Sin embargo, dice a Jesús: “Acuérdate de mí cuando estuvieres en tu Reino”, al instante oye: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¡Qué bondad la de Dios! ¡Cuán pronto, pecador, recobrarías la gracia y amistad divina si quisieses arrepentirte de veras! Pero si dejas tu conversación para más adelante, tema no te suceda lo que al mal ladrón. ¿Qué hombre tuvo jamás mejor ocasión para convertirse? Dios derramaba su sangre por él; tenía a sus pies a la abogada de los pecadores, María Santísima; a su lado estaba Jesucristo, el Sacerdote más celoso del mundo, para ayudarle a bien morir; oye la exhortación de su compañero, ve la naturaleza estremecida y, sin embargo, muere como ha vivido, continúa blasfemando, y se condena para siempre. No permitas, Jesús mío, que, sordo a tus inspiraciones divinas, deje yo mi conversión para más adelante. Después de tres horas de agonizar, Jesús clama al Padre al expirar, por ti.

XIII Jesús en brazos de su Madre ¿A dónde iré, afligida Madre mía? Tu Hijo ha muerto, y mis pecados son los verdugos que le clavaron en la cruz y le dieron muerte inhumana. Soy yo quien ha apagado la luz de tus ojos, y acabado la alegría de tu corazón. Sí, yo desfiguré ese rostro hermosísimo, yo taladré esos pies y manos que sostienen el firmamento, yo traspasé esa augusta cabeza, y abrí esas llagas, yo descoyunté y despedacé ese inocentísimo cuerpo que tienes en tus brazos. Reo de tan horrendo deicidio ¿a dónde iré? ¿Dónde me ocultaré? Pero por monstruosa que sea mi ingratitud, tú eres mi Madre y yo soy tu hijo. Jesús acaba de traspasar en mí los derechos que tenía tu amor. Me arrojo, pues, en tus brazos, con la más viva confianza. No me desprecies suave refugio de pecadores arrepentidos; mírame con ojos de bondad, ampárame ahora y en el trance de la muerte. El cuerpo santo, con pena mortal, Recibe la Madre virginal, por ti.
XIV Jesús puesto en el sepulcro Contempla cristiano, como José de Arimatea y Nicodemo, postrados a los pies de María piden el objeto de sus caricias, y ungiéndole con preciosos aromas le amortajan y ponen en un nuevo sepulcro de piedra. ¡Cuál no sería el dolor de la Virgen! Sin duda “grande era como el mar su amargura” cuando vio a su hijo ensangrentado, clavado y expirado en un patíbulo infame; pero a menos le veía; tal vez le abrazaba y lavaba con lágrimas. Más ahora, oh angustiadísima Señora, una losa te priva de este último consuelo. ¡Oh sepulcro afortunado! Ya que encierras el adorado cuerpo del Hijo y el purísimo corazón de la Madre, guarda también con esas prendas riquísimas mi pobre corazón. Sea este, Dios mío, el sepulcro donde descanses; sean los puros afectos de mi alma los lienzos que te envuelven y los aromas que te recreen. En fin, muera yo al mundo, a sus pompas, a sus vanidades, para que viviendo según el espíritu de Jesús, resucite y triunfe glorioso con El por siglos infinitos. Pesada losa el sepulcro cerró, De María el alma allí quedó, por ti. Dolor con Cristo doloroso. Quebranto con Cristo quebrantado, Lágrimas, pena interna de tanta pena Que pasó por mis pecados. ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué he de hacer por Cristo?

Oración final Señor mío Jesucristo, que para redimir al mundo de la esclavitud del demonio, quisiste nacer entre nosotros mortal y pasible, ser circuncidado, reprobado de los judío y entregado por Judas, con ósculo sacrílego, ser presentado ignominiosamente en los tribunales de Anás, Caifás, Pilato y Herodes; ser acusado por testigos falsos, azotado crudelísimamente, coronado de espinas, herido con bofetadas, golpeado con una caña, escupido y cubierto de oprobios, despojados de tus vestidos, crucificado, levantado en una cruz entre dos ladrones, abrevado con hiel y herido con una lanza; por esas tus amargas penas que yo, aunque indigno pecador, voy meditando, y por tu Pasión y Muerte, líbrame del pecado que baste a aquel dichoso ladrón, que fue crucificado contigo, oh Jesús mío, que con el Padre y el Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.


Vía Crucis del B. John Henry Newman

El Cristo de la Hermandad Sevillana de Córdoba que ilustra este via crucis. fue realizado por el escultor y catedrático de la Universidad de Sevilla, Juan Manuel Miñarro. La escultura es el resultado del trabajo pluridisciplinar de un grupo de científicos investigadores de la sindone. Es el único Cristo sindónico del mundo y refleja hasta el mínimo detalle los politraumatismos del cadáver reflejado en la Sabana Santa de Turín. La imagen representa un cuerpo de 1,80 m de altura, con los brazos en cruz formando un ángulo de 65º. La corona a modo de casco que cubre todo el cráneo está hecha con "ziziphus jujuba", una especie de arbusto cuyas espinas no se doblan y con las que se cree se hizo la de Cristo. La piel presenta el aspecto del de una persona muerta hace una hora. El vientre, hinchado; el brazo derecho dislocado al apoyarse el crucificado en él durante el proceso de asfixia, en busca de aire; el pulgar hacia adentro de la palma, como reacción del nervio cuando un objeto atraviesa la muñeca. La piel de las rodillas está desollada y hay granos de tierra traídos de Jerusalén incrustados en la carne. El lado derecho del rostro está hinchado y amoratado; la lengua y los dedos del pie presentan un color azulado. Las fotografías fueron tomadas por el señor Luis Risoto Rojas.

I- Jesús es condenado a muerte Salir de casa de Caifás, arrastrado ante Pilato y Herodes, ridiculizado, golpeado y escupido; su espalda rota por los azotes, su cabeza coronada de espinas… Jesús, que en el último día juzgará al mundo, es Él mismo condenado por jueces injustos al tormento y a una muerte abyecta. Jesús es condenado a muerte. Su sentencia está firmada; y ¿quién la ha firmado más que yo, cada vez que caigo en el pecado? Caí, perdí la gracia que me habías dado en el bautismo. Mis pecados mortales fueron vuestra sentencia de muerte, oh Señor. El inocente sufrió por los culpables. Esos pecados míos fueron las voces que gritaron “¡crucifícale!”. Ese afecto, ese gusto del corazón con que los cometí fueron el asentimiento que Pilato dio a la multitud vociferante. Y la dureza de corazón que vino luego, mi disgusto, mi inquietud, mi orgullosa impaciencia, mi terca insistencia en ofenderte, el amor al pecado que se apoderó de mí, ¿qué eran si no los golpes y blasfemias con que los soldados y la plebe te recibieron? ¿No ejecutaron estos sentimientos míos, rebeldes e impetuosos, la sentencia que Pilato había pronunciado? 

  II- Jesús carga con la cruz Sobre sus hombros rotos le ponen una Cruz pesada y maciza, que ha de soportar su peso cuando llegue al Calvario. Él la toma con dulzura, mansamente y con el corazón alegre, porque esa Cruz va a ser la salvación de la humanidad. Eso es cierto; pero recuérdalo: esa Cruz agobiante es la carga de nuestros pecados. Al caer sobre sus hombros y su cuello, cayó como un trallazo. ¡Qué peso tan brutal he descargado sobre Ti, Jesús! Aunque estabas completamente preparado –porque todo lo ves en la tranquila visión de tu mente clara–, tu cuerpo frágil se tambalea cuando la Cruz cae sobre Ti. ¡Qué miserable he sido alzando mi mano contra Dios! ¿Cómo iba a pensar siquiera que me perdonaría, de no ser porque Él mismo anunció que esta amarga Pasión la sufría para poder perdonarnos? Yo reconozco, Jesús –y siento angustia en mi corazón arrepentido–, que mis pecados te han golpeado la cara, han llenado de moratones tus brazos adorables, han destrozado tu carne con hierros, te han clavado a la Cruz y te han dejado morir ahí lentamente.

III-Jesús cae por primera vez Jesús, doblado bajo el peso del madero alargado e irregular que lleva arrastrando, avanza lentamente entre las burlas e insultos de la multitud. La agonía en el huerto, suficiente para extenuarle, fue sólo el principio de otros muchos sufrimientos. Con todo su corazón, sigue adelante pero le fallan las fuerzas y cae. Sí; es lo que temía. Jesús, mi Señor fuerte y poderoso, es por un momento más débil que nuestros pecados. Jesús cae, pero llevó el peso. Se tambalea, pero se levanta con la Cruz de nuevo y sigue adelante. Él ha caído para que tú, alma mía, tengas un anuncio y un recordatorio de tus pecados. Me arrepentí de mis pecados y, durante un tiempo, fui adelante; pero al final la tentación me venció y me vine abajo. De repente, pareció que todos mis buenos hábitos desaparecerían; como si me despojaran de un vestido, así de rápida y completamente perdí la gracia. En ese momento miré a mi Señor… Se había desplomado. Me cubrí la cara con las manos, en un estado de tremenda confusión.

IV-Jesús encuentra a su madre Jesús se pone en pie; se ha herido en la caída, pero sigue adelante con la Cruz sobre los hombros. Va encorvado, pero alza la cabeza un momento y ve a su Madre. Se miran sólo un instante, y Él avanza. De ser posible, María hubiera preferido padecer ella todos los sufrimientos de su Hijo, antes que estar lejos y no haberlos presenciado. También para Él fue un alivio, una brisa fresca y consoladora, verla, ver su triste sonrisa entre las miradas y ruidos que le cercan. Ella le había visto en su plenitud humana y en su gloria, había contemplado su rostro, fresco de paz e inocencia divinas. Ahora le veía tan cambiado, tan deformado que lo reconoció con dificultad, sólo por esa mirada que le dirigió, profunda, intensa, llena de paz. Ahora me cargaba con el peso de los pecados del mundo, el rostro de Jesús, santidad absoluta, exhibía la imagen de todas las maldades. Parecía un criminal que esconde una culpa horrible. Él, que no conoció pecado, fue hecho pecado por nosotros. Ni uno solo de sus rasgos, ninguno de sus miembros expresaba sino culpa, maldición, castigo, angustia. ¡Qué encuentro entre Madre e Hijo! Uno y otra se consolaron porque existía un mismo sentir. Jesús y María: ¿llegarán a olvidar, en toda la eternidad, aquella marea de dolor?


V- Simón de Cirene ayuda a Jesús a llevar la cruz Las fuerzas terminan por fallarle del todo y ya no puede seguir. Los verdugos, perplejos, se quedan parados. ¿Qué hacer? ¿Cómo va a llegar al Calvario? Pronto se fijan en uno que parece fuerte y ágil, Simón de Cirene. Lo agarran y le obligan a llevar la Cruz con Jesús. Mirar al dolor en persona taladra el corazón de aquel hombre. ¡Qué honor! ¡Feliz tú, predilecto de Dios! Y con alegría carga con su parte de la Cruz. Ha sido por la oración de María. Jesús oraba, pero no por Él; sólo que pudiera beber hasta el final el cáliz del dolor y cumplir la voluntad de su Padre. Pero ella actuó como una madre: fue tras Él con la oración, ya que no podía ayudarle de otra manera. Ella envió a aquel hombre a ayudarle. Ella hizo que los soldados vieran que podían acabar con Él. Madre amable, haz lo mismo con nosotros. Pide siempre por nosotros, Madre Santa; mientras estemos en el camino, ruega por nosotros, sea cual sea nuestra Cruz. Pide por nosotros, caídos, y nos levantaremos. Pide por nosotros cuando el dolor, la angustia o la enfermedad nos lleguen. Pide por nosotros cuando nos hunda el poder de la tentación y envíanos un fiel siervo tuyo a socorrernos. Y si merecemos reparar por nuestros pecados en la otra vida, mándanos un Angel bueno que nos dé momentos de respiro. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

VI-La Verónica limpia el rostro de Jesús Mientras Jesús asciende la colina lenta y pesadamente, bañado en el sudor de la muerte, una mujer se abre paso entre la muchedumbre y le seca el rostro con un lienzo. En pago por su compasión, el sagrado rostro queda impreso en la tela. Aquella ayuda enviada por la ternura de una Madre no fue todo. Sus oraciones llevaron a Verónica, lo mismo que a Simón, hasta Jesús. A Simón para un trabajo de hombre; a Verónica, de mujer. Ella le sirvió mientras pudo con su afecto. Lo mismo que la Magdalena vertió el ungüento en el banquete, Verónica le ofreció su lienzo en la Pasión. “¿Qué más no haría yo?”, decía. “Ojalá tuviera la fuerza de Simón, para cargar yo también con la Cruz”. Pero sólo los hombres pueden ayudarle a Él, Sumo Sacerdote, cuando ofrece el solemne sacrificio. Jesús, concédenos servirte según nuestra situación y, lo mismo que aceptaste ayuda en tu hora de dolor, danos el apoyo de tu gracia cuando el Enemigo nos ataque. Siento que no puedo resistir la tentación, el cansancio, el desaliento y el pecado; entonces, ¿de qué sirve buscar a Dios? Caeré, Amado Salvador mío, es seguro que caeré, si Tú no renuevas mis fuerzas, como las águilas, y me llenas de vida por dentro con el amoroso toque de tus sacramentos.


VII- Jesús cae por segunda vez A cada paso crecen el dolor de sus heridas y la pérdida de sangre. Los miembros le fallan otra vez y Jesús cae al suelo. ¿Qué ha hecho Él para merecer esto? ¿Es este el pago que el tan esperado Mesías recibe del pueblo elegido, los hijos de Israel? Sé la respuesta: Él cae porque yo he caído. He caído otra vez. Yo sé bien que sin Tu gracia, Señor, no puedo mantenerme en pie; creía estar cerca de Ti pero he perdido tu gracia una vez más. He dejado enfriar mi devoción, he cumplido tus mandamientos de manera rutinaria y formal, sin afecto interior; así he ido también a los sacramentos, a la Eucaristía. Me volví tibio. Creí que la batalla había terminado, y dejé de luchar. No tenía una fe viva, perdí el sentido de lo espiritual. Cumplía mis deberes por puro hábito y porque los demás lo vieran. Yo debía ser una criatura completamente renovada, vivir de fe, de esperanza, de amor; pero pensaba más en este mundo que en el que ha de venir. Terminé por olvidar que soy siervo de Dios, seguí el camino ancho que lleva a la destrucción y no el otro, estrecho, que lleva a la vida. Así me aparté de Ti. 

  VIII-Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén Al ver los sufrimientos de Jesús, las santas mujeres sienten tal punzada de dolor que, sin importarles las consecuencias, gritan su pena y le compadecen a voces. Jesús se vuelve a ellas: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí sino por vosotras y por vuestros hijos”. Señor, ¿soy yo uno de esos hijos pecadores por los que Tú invitas a llorar? “No lloréis por Mí, que soy el Cordero de Dios y, por voluntad propia, estoy pagando por los pecados de los hombres. Sufro ahora, pero después triunfaré, y cuando triunfe, las almas por las que ahora muero serán mis amigos más queridos o enemigos inmerecidos”. ¿Es posible? ¿Cómo soportar el pensamiento de que Tú, Señor, lloraste por mí –¡Tú lloraste por mí!– como lloraste por Jerusalén? ¿Es posible que, por tu Pasión y Muerte, yo me pierda en vez de ser rescatado? Señor, no me dejes. ¡Soy tan poca cosa, hay tal miseria en mi corazón y tan poca fuerza en mi espíritu para hacerle frente! Señor, ten piedad de mí. Es tan difícil apartar de mi corazón el espíritu del mal. Sólo Tú puedes echarlo lejos.


IX-Jesús cae por tercera vez Ya casi había alcanzado lo alto del Calvario, pero antes de llegar al punto donde va a ser crucificado, Jesús cae otra vez; y de nuevo es arrastrado y empujado brutalmente por los soldados. La Escritura habla de tres caídas del diablo. La primera fue al comienzo del mundo; la segunda, cuando el Evangelio y el Reino de los Cielos se anunciaban al mundo; la tercera cuando acaben todas las cosas. La primera la cuenta el evangelista San Juan: “Se produjo un gran combate en los cielos. Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón, y el dragón luchaba, y sus ángeles. Pero no lograron vencer y perdieron su lugar en los cielos. El gran dragón fue expulsado, la serpiente antigua, la que se llama diablo y Satanás”. La segunda caída, en tiempos del Evangelio, la cuenta el Señor: “Veía a Satanás, como el rayo, caer desde el cielo”. La tercera, también San Juan: “Cayó del cielo fuego divino y el diablo fue arrojado al estanque de fuego”. Cuando el Maligno movió a Judas a traicionar a nuestro Señor, pensaba en estas tres caídas, la pasada, la presente y la futura. Esta fue su hora. Nuestro Señor, al ser apresado, dijo a sus enemigos: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas”. Satanás sabía que su tiempo era corto y se aprestó a emplearlo; pero sin advertir que sus actos apresuraban la salvación del mundo que nuestro Señor traía con su Pasión y Muerte. Como venganza, y –eso pensaba– seguro de su triunfo, le golpeó una, dos, tres veces, cada vez con más fuerza. El peso de la Cruz, la brutalidad de los sayones y la turba no fueron más que instrumentos. Jesús, Hijo único de Dios, Verbo Encarnado, Te alabamos, Te adoramos, Te ofrecemos nuestro amor porque te has abajado tanto, hasta someterte al poder del enemigo de Dios y del hombre, para salvarnos así a nosotros de ser eternamente siervos suyos. Esta es la peor caída de las tres. Las fuerzas le fallan completamente y pasa un poco hasta que los soldados le levantan. No es más que un signo de lo que me pasará a mí, cada vez más tibio. Desde el principio Jesús ve el final. Pensaba en mí mientras se arrastraba subiendo la colina del Calvario. Veía que yo volvería a caer, a pesar de tantas advertencias y ayudas. Vio que pondría la confianza en mí mismo y que entonces el enemigo me sorprendería con tentaciones. Yo creía conocer mis defectos; sabía dónde era fuerte, pero Satanás fue hacia ese punto débil, mi autosuficiencia, e hizo estragos. Me faltaba humildad. Creía que a mí el mal no podía tocarme, que había superado el peligro de pecar; pensaba que era fácil ir al cielo y no estaba vigilante. Todo por orgullo. Por eso caí de nuevo, por tercera vez.


X- Jesús es despojado de sus vestiduras Por fin llega al lugar del sacrificio y se preparan para crucificarle. Desgarran sus vestiduras sobre su cuerpo sangrante, que queda expuesto –Él, Santo de los Santos– a la mirada y al burdo griterío de la multitud. Tú, Señor, fuiste despojado de todo en tu Pasión y expuesto a la curiosidad y a la burla de la gente; haz que me desprenda de mí mismo, aquí y ahora, para que en el último día no me cubra de bochorno ante los ángeles y los hombres. Tú soportaste la vergüenza del Calvario para librarme a mí de la vergüenza del Juicio Final. Tú, que nada tenías de que avergonzarte, sufriste vergüenza por haber tomado la naturaleza humana. Cuando te quitaron los vestidos, tu cuerpo inocente fue humilde y amorosamente adorado por los ángeles más escogidos: te rodearon mudos de asombro, atónitos de tu belleza, temblando ante tu anonadamiento. Señor, ¿qué sería de mí si me tomaras y, despojado del ropaje de tu gracia, me vieran tal como soy realmente? ¡Cuánta suciedad! Incluso limpio de pecado mortal, ¡cuánta miseria en mis pecados veniales! ¿Cómo voy a presentarme ante los ángeles y ante Ti si Tú no quemas tanta lepra con el fuego del Purgatorio?


XI-Jesús, clavado en la Cruz Fijan a Jesús en la Cruz, tendida sobre el suelo. Con mucho esfuerzo y después de bandearse pesadamente a un lado y otro, la Cruz acaba por hincarse en el hueco abierto en la tierra. O quizá –como piensan otros– la Cruz es primero erguida y luego, Jesús alzado y clavado al madero. Mientras los verdugos clavan salvajemente los enormes clavos, Él se ofrece al Padre Eterno en rescate por la humanidad. Caen los martillazos, la sangre salta. Sí; pusieron en alto la Cruz, colocaron una escalera y habiéndole desnudado, le hicieron subir. Agarrando débilmente con las manos la escalera, los peldaños, subiendo con esfuerzo, lentos e inseguros los pies, y resbalando, si los soldados no estuvieran allí para sujetarle, habría caído al suelo. Al alcanzar la base para apoyar los pies, se giró con modestia y dulzura hacia la muchedumbre enfurecida, alargando las manos como si quisiera abrazarles. Después, con amor, puso sus manos en el travesaño esperando a que los verdugos, con clavos y martillos, perforaran sus manos y le clavaran a la Cruz. Ahí cuelga ahora, enigma para el mundo, temor de los demonios, asombro inexplicable, pero también alegría y adoración de los Ángeles. 

  XII- Jesús muere en la Cruz Jesús, tres horas colgado. En ese tiempo, reza por quienes le matan, promete el Paraíso al ladrón arrepentido y entrega su Madre Bendita al cuidado de San Juan. Con todo ya cumplido, inclina la cabeza y entrega el espíritu. Ya ha pasado lo peor. El Santo, muerto, se ha ido. El más compasivo de los hijos de los hombres, el que ha derrochado más amor, el más santo, ya no está. Jesús ha muerto y en su muerte ha muerto mi pecado. De una vez por todas, ante los hombres y ante los ángeles, rechazo el pecado para siempre. En este momento me entrego a Dios del todo. Amar a Dios será mi primordial empeño. Con la ayuda de su gracia crearé en mi corazón aborrecimiento y dolor profundo por mis pecados. Me empeñaré en detestar el pecado, tanto como antes lo amé. En las manos de Dios me pongo, y no a medias sino del todo, sin reservas. Te prometo, Señor, con la ayuda de tu gracia, huir de las tentaciones, evitar toda ocasión de pecado, escapar enseguida de la voz del Maligno, ser constante en la oración: morir al pecado, para que Tú no hayas muerto en la Cruz por mí, en vano.


XIII-Bajan a Jesús de la cruz y lo entregan a su madre La gente se ha ido a casa. El Calvario queda solitario y en silencio; sólo Juan y las santas mujeres están allí. Llegan José de Arimatea y Nicodemo, bajan de la Cruz el cuerpo de Jesús, y lo ponen en brazos de María. Por fin, María, tomas posesión de tu hijo. Ahora que sus enemigos ya no pueden hacer más, te lo dejan, como un despojo. Mientras esos amigos inesperados hacen su difícil tarea, tú le miras con pensamientos que jamás encontrarán palabras. Tu corazón lo atraviesa aquella espada de que habló Simeón. Madre dolorosa, en tu dolor hay una alegría aún más grande. La alegría que iba a venir te dio fuerzas para permanecer junto a Él colgado de la Cruz. Con más fuerza ahora, sin desvanecerte, sin temblar, recibes su cuerpo en tus brazos, en tu regazo maternal. Eres inmensamente feliz ahora que ha vuelto a ti. De tu casa salió, oh Madre de Dios, con toda la fuerza y la belleza de su Humanidad; a ti vuelve descalabrado, hecho pedazos, mutilado, muerto. Y, a pesar de todo, Madre Bendita, más feliz eres en este momento atroz que aquel día de las bodas, cuando estaba a punto de irse; pero a partir de ahora, el Salvador Resucitado nunca más se separará de ti.


XIV-El cuerpo de Jesús es puesto en el sepulcro Sólo tres cortos días, un día y medio… María tiene que dejarte. Todavía no ha resucitado. Los amigos lo toman de sus brazos y lo ponen en una sepultura digna. Y la cierran con cuidado, hasta que llegue el momento de su Resurrección. Reposa, duerme en paz un poco, en la quietud del sepulcro, amado Señor nuestro, y después levántate y reina sobre tus hijos para siempre. Como las fieles mujeres, también nosotros te velaremos, porque todo nuestro tesoro, nuestra vida entera, está puesta en Ti. Y cuando nos llegue la hora de morir, concédenos, dulce Jesús, dormir en paz nosotros también el sueño de los santos. Que durmamos en paz ese breve intervalo entre nuestra muerte y la resurrección de todos los hombres. Guárdanos del enemigo, sálvanos del castigo eterno. Que nuestros amigos nos recuerden y recen por nosotros, Señor. Que por el sacrificio de la Misa las penas del Purgatorio –que hemos merecido y que sinceramente aceptamos– pasen pronto. Concédenos momentos de alivio allí, envuélvenos en santas esperanzas y acompáñanos mientras reunimos fuerzas para subir a los Cielos. Permite a nuestros Ángeles Custodios que nos ayuden a remontar aquella escala de gloria que vio Jacob y que lleva de la tierra al cielo. Y al llegar, que las puertas de lo Eterno se abran ante nosotros con música de Ángeles, que nos reciba san Pedro y que nuestra Señora, la gloriosa Reina de los santos, nos abrace y nos lleve a Ti y tu Padre Eterno y a tu Espíritu, tres Personas, Un solo Dios, para participar en su Reino por los siglos de los siglos.


Vía Crucis del R.P. Ángel de Abárzuza

Nos es grato publicar este Vía Crucis que nos enviara gentilemente el P. Jorge Hidalgo, de Catriló, La Pampa (Argentina)
Las imágenes corresponden a fotografías del Vía Crucis de Los Antiguos, Santa Cruz (Argentina). Obra del artista santafecino Luis Quiroz, está compuesto de bajorrelieves en cemento con incrustaciones de piedras volcánicas de la zona, enmarcados en madera de lenga, árbol autóctono patagónico. Los colores de las piedras simbolizan el Dolor de la condena (las negras), la sangre de la Pasión (las rojas) y la Gloria del cielo (las blancas). Los personajes tienen rasgos tehuelches.
Oración introductoria Ya vengo, Jesús amado, a considerar, contrito, aquel amor infinito que en la cruz me habéis mostrado. Sea para el corazón, luz que lo guíe hacia el cielo, fuente viva de consuelo y esperanza de perdón.

  I-Jesús condenado a muerte Al Dios bueno, santo y fuerte, que da a los hombres la vida, juzgan como a un homicida, y le condenan a muerte. Y Él, queriéndome salvar, con su divina obediencia, aunque es cruel la sentencia, la acepta sin vacilar. Señor, pequé, etc.






II-Sale Jesús con la Cruz a cuestas Ya Jesús a morir va, con marcha lenta y penosa, vertiendo Sangre preciosa en cada paso que da. No la Cruz de los judíos causa su dolor profundo; son los pecados del mundo, y son los pecados míos. Señor, pequé, etc.






III-Cae Jesús la primera vez Oprimido el Rey del cielo por madero tan pesado, se inclina, todo angustiado, y cae por fin al suelo. Si quieres tú, pecador, ayudarle a levantar, deja luego de pecar, y conviértete al Señor.
Señor, pequé, etc.






IV-Jesús encuentra a su Madre ¡Qué dolor debió sentir María al ver a Jesús que, cargado con la Cruz, iba al Calvario a morir! ¡Oh, María, Virgen pura! ¡Oh, Jesús entristecido! ¡Perdonadme, que yo he sido causa de vuestra amargura! Señor, pequé, etc.






V-Jesús ayudado por el Cireneo Temiendo que muera el Reo si en su ayuda no se acude, llaman para que le ayude a Simón el Cireneo. No es necesario llamar a ese piadoso judío: ¡Dadme vuestra Cruz, Dios mío, que yo la quiero llevar! Señor, pequé, etc.






VI-La Verónica enjuga el rostro de Jesús Una mujer esforzada sale al medio del camino y enjuga el rostro divino, sin miedo a la turba airada. Yo a veces siento el afán de ser virtuoso también, y dejo de hacer el bien por temor al qué dirán. Señor, pequé, etc.






VII-Cae Jesús la segunda vez Casi sin fuerza y sin vida por lo acerbo del dolor, da mi amable Salvador una segunda caída. ¡Señor, si vais a caer, tended hacia mí la mano, que sois mi padre y mi hermano, y os quiero sostener!
Señor, pequé, etc.





VIII- Jesús consuela a las mujeres A las hijas de Sión, que lloran amargamente, les manda Dios dulcemente que no lloren su Pasión; pues si Dios está afligido de ver al hombre pecar, más importante es llorar el pecado cometido. Señor, pequé, etc.






IX-Cae Jesús por tercera vez ¿Cómo no compadecer al Redentor amoroso, cuando camina, angustioso, y cae y vuelve a caer? Si esas caídas, Señor, efectos son del pecado, ¡Sufra y sea despreciado este indigno pecador! Señor, pequé, etc.






X-Los verdugos desnudan a Jesús Ponen sus manos impuras sobre Jesús los sayones, y le arrancan a estirones sus sagradas vestiduras; y al verse desnudo así el Rey de la creación, acepta esa confusión y la ofrece a Dios por mí. Señor, pequé, etc.






XI-Jesucristo es clavado en la Cruz   Los verdugos inhumanos al Inocente Cordero lo tienden sobre el madero y le clavan pies y manos. ¡Oh, Crucificado amable, mi Rey, mi Padre y mi Dios, dejadme morir por Vos, porque yo soy el culpable! Señor, pequé, etc.






XII-Jesucristo muere en la Cruz ¡Ya está en alto levantada la Víctima del amor! ¡Ya agoniza el Salvador! ¡Ya se enturbia su mirada! Su cuerpo tórnase yerto. ¡Ya su cabeza se inclina! No hay vida en su faz divina. ¡Ya va a morir! ¡Ya se ha muerto! Señor, pequé, etc.






XIII- Jesucristo es bajado de la Cruz Contempla al Verbo del Padre, por nosotros humanado, exánime y desangrado en los brazos de su Madre. ¡Perdón, oh Reina afligida, Madre del muerto en la Cruz, porque Tú le diste a luz, y yo le quité la vida! Señor, pequé, etc.






XIV-Jesucristo es puesto en el sepulcro Aquel cuerpo Inanimado,
templo de un alma preciosa, es puesto sobre una loza... Y todo se ha consumado; no resta sino exclamar ante ese sepulcro abierto: ¡Oh Dios, por mis culpas muerto, antes morir que pecar! Señor, pequé, etc.








Vía Crucis de los santos dominicos

por Sor Irene Benavente, o.p.
Muchos dominicos nos han legado sus escritos. Esta noche vamos a caminar "en familia":vamos a dejar que algunos hermanos nuestros, maestros en las cosas de Dios nos guíen en la oración del Vía Crucis. Las imagénes son fotografía del Santo Cristo de la Luz, titular de la Hermandad de la Sagrada Cena (Córdoba, España)
I- Jesús es condenado a muerte La justicia Divina me había condenado a muerte a mí solo, y sólo Yo debía ser clavado en el madero de la Cruz, y sólo Yo debía beber el cáliz doloroso de mi Pasión por la salvación de los hombres. A ti te toca seguir mis huellas, renunciar a ti mismo, tomar tu cruz y seguirme, y tu sacrificio me agradará lo mismo que si conmigo hubieras muerto sobre la cima del Calvario. (Beato E. Susón, "El libro de la eterna Sabiduría") II-Jesús carga con la Cruz Síguelo a él, que es el rey de reyes y Señor de los que dominan, en quien están todos los tesoros de la sabiduría. Y, sin embargo, está en la cruz desnudo, ultrajado, escupido, golpeado, coronado de espinas, donde le dieron hiel y vinagre como bebida y donde murió. Por tanto, no te aficiones a los vestidos y a las riquezas, porque "se repartieron mis vestidos" ni a los honores, porque "yo he experimentado insultos y latigazos; ni a las dignidades, porque "tejieron una corona de espinas y la pusieron sobre mi cabeza"; ni a los placeres, porque "para mi sed me dieron vinagre" (Santo Tomás de Aquino, "Comentario al Credo") III-Jesús cae por primera vez ¿Cómo podrá obrar la esposa que no sigue los pasos del Esposo?... Levantaos, pues, con paciencia y verdadera humildad para seguir al manso Cordero con corazón generoso…Negaos a vos misma por El, aprendiendo del mismo Jesús, que por darnos la vida de la gracia perdió el amor a su cuerpo… (Santa Catalina de Siena, Cartas) IV-Jesús encuentra a su Madre Camina, pues, la Virgen en busca del Hijo, dándole el deseo de verle las fuerzas que el dolor le quitaba. Oye desde lejos el ruido de las armas, y el tropel de las gentes, y el clamor de los pregones con que iban pregonando. Ve luego resplandecer los hierros de las lanzas y alabardas que asomaban por lo alto. Halla en el camino las gotas y el rastro de sangre, que bastaban ya para mostrarle los pasos del Hijo y guiarla sin otro guía. Acércase más y más a su amado Hijo y tiende sus ojos, oscurecidos con el dolor, para ver, si pudiese, al que amaba su alma... Finalmente llega ya donde lo pudiese ver, míranse aquellas dos lumbreras del cielo una a otra, y atraviésanse los corazones con los ojos y hieren con la vista sus almas lastimadas (Fray Luis de Granada, Obra Selecta) V- Jesús es ayudado por el Cireneo Nadie en este mundo disfruta de más consuelos que aquellos que me ayudan a llevar la Cruz, pues todas mis dulzuras se derraman abundantes sobre el alma que bebe hasta las heces el cáliz de mis amarguras. Si bien la corteza es muy amarga, el fruto es de exquisita suavidad y dulzura; y toda pena parece pequeña teniendo ante los ojos la recompensa a que conduce. Sígueme con confianza, que quien conmigo comienza esta lucha ya casi tiene la victoria al alcance de sus manos. (Beato Enrique Susón) VI- La Verónica limpia el rostro de Jesús Haz todo el bien que puedas. Y si te encuentras con que tus acciones son juzgadas torcidamente, esfuérzate por permanecer tranquilo y conservar la paz de tu corazón. (…) Procura triunfar de la dureza y malicia de tus enemigos por la dulzura y la humildad. Sólo así llevarás en ti una fiel imagen de mi muerte; sólo así, grabando bien en tu alma mi Pasión dolorosa, meditándola, recordándola en tus oraciones, imitándola en tus obras, te acercarás a mis sufrimientos. (Beato Enrique Susón)
VII- Jesús cae por segunda vez No busques, ni quieras sino al crucificado, como esposa rescatada con su Sangre. Bien comprendes que eres esposa y que a ti te ha desposado no con anillo de oro, sino con el de su carne. (Santa Catalina de Siena)
VIII-Jesús habla con las mujeres de Jerusalén Mira el Salvador; no aguarda que le cierren las llagas ni que el tiempo cure las injurias, sino en medio de las heridas de su cuerpo y de las palabras que tiraban como saetas a su corazón, saca Él palabras de su corazón, no herido con verbo, sino herido de amor y compasión. (…) Aquí, Señor, me presento derribado a vuestros pies, no escandalizándome con vuestra muerte, sino predicando vuestra gloria; no haciendo burla de vuestra Pasión, sino compadeciéndome de vuestro dolor. Pues, levantad, Señor, la voz y encomendadme a vuestro dulce Padre y decidle: Padre, perdona a este pecador que no supo lo que se hizo.(Fray Luis de Granada)
IX-Jesús cae por tercera vez La humildad profunda la encontraréis viendo a Dios sometido al hombre, el Verbo abajado a la afrentosa muerte de Cruz. Si buscáis la caridad, Él es la caridad misma, es más… la fuerza del amor lo ha sujetado y clavado en la Cruz. (Santa Catalina de Siena)
X-Jesús es despojado de sus vestiduras Si conservas tu corazón puro y limpio de toda afección terrena, tú serás el que me vestirás y cubrirás mi desnudez. (Beato Enrique Susón) Anegaos, bañaos, vestíos de la sangre de Cristo crucificado. Si le habéis sido infiel, rebautizaos en Ella. (Santa Catalina de Siena)
XI-Jesús es clavado en la Cruz Repara bien y verás cómo no hay una sola parte de mi cuerpo que no tenga su propio dolor, o que no lleve en sí el estigma del amor. Mis pies y manos atravesados por clavos, mis piernas rendidas de cansancio, todos mis miembros inmóviles, extendidos sobre la Cruz. Mis espaldas, rasgadas por las heridas de los azotes, no tenían más apoyo que un madero duro y nudoso; todo mi cuerpo, doblado sobre sí mismo, inclinábase hacia la tierra, sobre la que se encharcaba la sangre de mis venas que caía en abundancia. Mi vida y mi juventud se desvanecían y se me iban por todas mis heridas, y con todo, mi alma estaba con tranquilidad suma, y mi corazón saltaba de gozo, porque sufría todo esto por ti (…) Si es que estás conmigo espiritualmente crucificado, llevarás en tu cuerpo los estigmas de mi amor. Hazme entrega generosa de todo tu ser y de todo cuanto te pertenece, y esto para no reclamarlo jamás. (Beato Enrique Susón)
XII-Jesús muere en la Cruz Considera cómo el mismo fidelísimo Señor y Dios tuyo acabó la misma vida con muerte turpísima y dolorosísima y muy cruel (...)Todas estas penas sostuvo con amor sin medida por los pecados de sus mismos perseguidores. En conclusión, cómo constantísimamente estuvo colgado en la Cruz con grande afrenta y confusión. Los brazos extendidos para abrazar a sus enemigos, inclinada la cabeza para los besar, abierto el costado para que pudiesen entrar a su corazón, derramando su sangre para que en ella se bañasen y refrescasen. Y con otras muchas señales de amor. (Juan Taulero, "Instituciones")
XIII- Jesús es bajado de la Cruz No apartes nunca tus ojos de mi Cruz; y compadeciéndome tiernamente, graba bien en tu corazón los dolores que encuentres en mi Pasión. De esta manera te unirás a mi Cruz y sobre todo aprenderás a esconderte en la abertura de mi costado y en la llaga que el amor ha hecho en mi corazón. Yo te lavaré con el agua que de ella mana, te hermosearé con la púrpura de mi sangre, te uniré a mí con lazos indisolubles, y nuestros espíritus, el mío y el tuyo, se unirán para siempre en una unión eterna. (Beato Enrique Susón)
XIV Jesús es colocado en el sepulcro En la sacratísima Pasión del Señor hubo suma deshonra, suma pobreza y sumo dolor. Lo cual convenía así, porque su sagrada Pasión había de ser cuchillo y muerte del amor propio, que es la primera raíz de todos los males, de la cual nacen tres ramas pestilenciales, que son amor de honra, amor de hacienda y amor de deleites (…) Pues contra el amor de la honra milita esta suma ignominia, y contra el amor de la hacienda, esta suma pobreza, y contra el amor de regalo, este sumo dolor. Y de esta manera, el amor propio que es el árbol de muerte, se cura con el bendito fruto de este árbol de vida, el cual es general medicina de todos los males. (Fray Luis de Granada)
XV Resurrección del Señor ¡Oh dulce y eterno Dios, que nos has dado al Verbo…! Haciéndote pequeño, has hecho grande al hombre; saturado de oprobios, lo has llenado de bienaventuranzas; despojándote de la vida, lo has vestido de la gracia; colmado de vergüenza, le has devuelto el honor; al ser extendido en la cruz lo has abrazado; le has dado en tu costado refugio contra el enemigo. ¡Oh Fuego, Oh abismo de caridad! Quiero que os refugiéis en el costado abierto del Hijo de Dios, el cual es bodega abierta, llena de perfume. En el costado descansa la esposa, en el lecho de fuego y de Sangre. Allí se manifiestan y se ven los secretos del Hijo de Dios. (Santa Catalina de Siena)



San Josemaría

Extractos de meditaciones a las estaciones del Via Crucis compuestas por el fundador del Opus Dei. Las ilustraciones son afiches españoles de Semana Santa.
I- Condenan a muerte a Jesús
Jesús está solo. Quedan lejanos aquellos días en que la palabra del Hombre-Dios ponía luz y esperanza en los corazones; aquellas largas procesiones de enfermos que eran curados; los clamores triunfales de Jerusalén cuando llegó el Señor montado en un manso pollino. ¡Señor!, ¿dónde están tus amigos?, ¿dónde, tus súbditos? Te hemos dejado. Es una desbandada que dura veinte siglos... Huimos todos de la Cruz, de tu Santa Cruz. Sangre, congoja, soledad y una insaciable hambre de almas... son el cortejo de tu realeza.

II-Jesús carga con la cruz
¡Con qué amor se abraza Jesús al leño que ha de darle muerte! ¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, -a eso que la gente llama cruz-, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales? Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Has de decidirte a seguir el camino de la entrega: la Cruz a cuestas, con una sonrisa en tus labios, con una luz en tu alma.
III- Cae Jesús por primera vez La muchedumbre, como río fuera de cauce, fluye por las callejuelas de Jerusalén. A derecha e izquierda, el Señor ve esa multitud que anda como ovejas sin pastor. Podría llamarlos uno a uno por sus nombres, por nuestros nombres. Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación de los panes y de los peces; los que fueron curados de sus dolencias; los que adoctrinó junto al lago y en la montaña y en los pórticos del Templo. Un dolor agudo penetra en el alma de Jesús, y el Señor se desploma extenuado. Tú y yo no podemos decir nada: ahora ya sabemos por qué pesa tanto la Cruz de Jesús.
IV- Jesús encuentra a María, su Santísima Madre
Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor. El alma de María queda anegada en amargura. ¿Qué hombre no lloraría si viera a la Madre de Cristo en tan atroz suplicio? Su Hijo herido...Y nosotros lejos, cobardes, resistiéndonos a la Voluntad divina. De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús. Madre y Señora mía, enséñame a pronunciar un sí que, como el tuyo, se identifique con el clamor de Jesús ante su Padre: no se haga mi voluntad, sino la de Dios.
V-Simón de Cirene ayuda a llevar la cruz de Jesús En el conjunto de la Pasión, es bien poca cosa lo que supone esta ayuda. Pero a Jesús le basta una sonrisa, una palabra, un gesto, un poco de amor para derramar copiosamente su gracia. Has llegado en un buen momento para cargar con la Cruz: la Redención se está haciendo —¡ahora!—, y Jesús necesita muchos cireneos. A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que pregunta por nosotros. Ante esa Cruz inesperada, y tal vez por eso más oscura, lleno de una noble compasión, niégate y tómala: por ver feliz a la persona que se ama, un corazón noble no vacila ante el sacrificio; por aliviar un rostro doliente, un alma grande vence la repugnancia y se da sin remilgos... Y Dios..., ¿merece menos? Aprende a mortificar tus caprichos. Acepta la contrariedad sin exagerarla. Y harás más ligera la Cruz de Jesús.
VI- Una piadosa mujer enjuga el rostro de Jesús El rostro bienamado de Jesús, que había sonreído a los niños y que se transfiguró de gloria en el Tabor, está ahora como oculto por el dolor. Pero este dolor es nuestra purificación; ese sudor y esa sangre que empañan y desdibujan sus facciones, es nuestra limpieza. Nuestros pecados fueron la causa de aquella tortura que deformaba el semblante amabilísimo de Jesús, Y son también nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su figura. Señor, que yo me decida a arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con mis miserias... Entonces, sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la expiación, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de tu vida. Nos iremos pareciendo más y más a Ti.
VII-Cae Jesús por segunda vez La debilidad del cuerpo y la amargura del alma han hecho que Jesús caiga de nuevo. Todos los pecados de los hombres —los míos también— pesan sobre su Humanidad Santísima. Fue él quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por castigado, herido de Dios y humillado. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra salvación pesó sobre él, y en sus llagas hemos sido curados. Desfallece Jesús, pero su caída nos levanta, su muerte nos resucita. A nuestra reincidencia en el mal, responde Jesús con su insistencia en redimirnos, con abundancia de perdón. Y, para que nadie desespere, vuelve a alzarse fatigosamente abrazado a la Cruz. Que los tropiezos y derrotas no nos aparten ya más de El. Como el niño débil se arroja compungido en los brazos recios de su padre, tú y yo nos asiremos al yugo de Jesús. Sólo esa contrición y esa humildad transformarán nuestra flaqueza humana en fortaleza divina.
VIII- Jesús consuela a las hijas de Jerusalén Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad or vosotras y por vuesros hijos... El Señor invita a llorar por los pecados, que son la causa de la Pasión y que atraerán el rigor de la justicia divina. Tus pecados, los míos, los de todos los hombres, se ponen en pie. Todo el mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de hacer. El panorama desolador de los delitos e infamias sin cuento, que habríamos cometido, si El, Jesús, no nos hubiera confortado con la luz de su mirada amabilísima.
IX- Jesús cae por tercera vez
Ya no puede el Señor levantarse: tan gravoso es el peso de nuestra miseria. Como un saco lo llevan hasta el patíbulo. El deja hacer, en silencio. Humildad de Jesús. Anonadamiento de Dios que nos levanta y ensalza. ¡Cuánto cuesta llegar hasta el Calvario! Tú también has de vencerte para no abandonar el camino... Esa pelea es una maravilla, una auténtica muestra del amor de Dios, que nos quiere fuertes, porque la virtud se fortalece en la debilidad. El Señor sabe que, cuando nos sentimos flojos, nos acercamos a El, rezamos mejor, nos mortificamos más, intensificamos el amor al prójimo. Así nos hacemos santos.
X - Despojan a Jesús de sus vestiduras Se entrega a la muerte con la plena libertad del Amor. Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay en él nada sano. Heridas, hinchazones, llagas podridas, ni curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Es el expolio, el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero. El cuerpo llagado de Jesús es verdaderamente un retablo de dolores... Por contraste, vienen a la memoria tanta comodidad, tanto capricho, tanta dejadez, tanta cicatería... Y esa falsa compasión con que trato mi carne. ¡Señor!, por tu Pasión y por tu Cruz, dame fuerza para vivir la mortificación de los sentidos y arrancar todo lo que me aparte de Ti. XI- Jesús es clavado en la cruz Ya han cosido a Jesús al madero. Los verdugos han ejecutado despiadadamente la sentencia. El Señor ha dejado hacer, con mansedumbre infinita. No era necesario tanto tormento. Él pudo haber evitado aquellas amarguras, aquellas humillaciones, aquellos malos tratos, aquel juicio inicuo, y la vergüenza del patíbulo, y los clavos, y la lanzada... Pero quiso sufrir todo eso por ti y por mí. Y nosotros, ¿no vamos a saber corresponder? Es muy posible que en alguna ocasión, a solas con un crucifijo, se te vengan las lágrimas a los ojos. Procura que ese llanto acabe en un propósito. Amas tanto a Cristo en la Cruz, que cada crucifijo es como un reproche cariñoso: ...Yo sufriendo, y tú... cobarde. Yo amándote, y tú olvidándome. Yo pidiéndote, y tú... negándome. Yo padeciendo por amor tuyo... y tú te quejas ante la menor incomprensión, ante la humillación más pequeña... XII- Muerte de Jesús en la cruz Una Cruz. Un cuerpo cosido con clavos al madero. El costado abierto... Con Jesús quedan sólo su Madre, unas mujeres y un adolescente. Los apóstoles, ¿dónde están? ¿Y los que fueron curados de sus enfermedades: los cojos, los ciegos, los leprosos?... ¿Y los que le aclamaron?... ¡Nadie responde! Cristo, rodeado de silencio. Sufrió todo lo que pudo —¡y por ser Dios, podía tanto!—; pero amaba más de lo que padecía... Y después de muerto, consintió que una lanza abriera otra llaga, para que tú y yo encontrásemos refugio junto a su Corazón amabilísimo. También tú puedes sentir algún día la soledad del Señor en la Cruz. Busca entonces el apoyo del que ha muerto y resucitado. Procúrate cobijo en las llagas de sus manos, de sus pies, de su costado. Y se renovará tu voluntad de recomenzar, y reemprenderás el camino con mayor decisión y eficacia. Ahora que estás arrepentido, promete a Jesús que —con su ayuda— no vas a crucificarle más. Dilo con fe. Repite una y otra vez: te amaré, Dios mío, porque desde que naciste, desde que eras niño, te abandonaste en mis brazos, inerme, fiado de mi lealtad. XIII-Desclavan a Jesús y lo entregan a su Madre Vino a salvar al mundo, y los suyos le han negado ante Pilatos. Nos enseñó el camino del bien, y lo arrastran por la vía del Calvario. Ha dado ejemplo en todo, y prefieren a un ladrón homicida. Nació para perdonar, y —sin motivo— le condenan al suplicio. Llegó por senderos de paz, y le declaran la guerra. Era la Luz, y lo entregan en poder de las tinieblas. Traía Amor, y le pagan con odio. Vino para ser Rey, le coronan de espinas. Se hizo siervo para liberarnos del pecado, y le clavan en la Cruz. Tomó carne para darnos la Vida, y nosotros le recompensamos con la muerte. No valgo nada, no puedo nada, no tengo nada, no soy nada... Pero Tú has subido a la Cruz para que pueda apropiarme de tus méritos infinitos. Y allí recojo también —son míos, porque soy su hijo— los merecimientos de la Madre de Dios, y los de San José. Y me adueño de las virtudes de los santos y de tantas almas entregadas... Luego, echo una miradica a la vida mía, y digo: ¡ay, Dios mío, ésto es una noche llena de oscuridad! Sólo de vez en cuando brillan unos puntos luminosos, por tu gran misericordia y por mi poca correspondencia... Todo esto te ofrezco, Señor; no tengo otra cosa. XIV-Jesús es colocado en un sepulcro nuevo Sin nada vino Jesús al mundo, y sin nada,-ni siquiera el lugar donde reposa-se nos ha ido. La Madre del Señor —mi Madre— y las mujeres que han seguido al Maestro desde Galilea, después de observar todo atentamente, se marchan también. Cae la noche. Ahora ha pasado todo. Se ha cumplido la obra de nuestra Redención. Ya somos hijos de Dios, porque Jesús ha muerto por nosotros y su muerte nos ha rescatado. Tú y yo hemos sido comprados a gran precio. Hemos de hacer vida nuestra, la vida y la muerte de Cristo. Morir por la mortificación y la penitencia, para que Cristo viva en nosotros por el Amor. Y seguir entonces los pasos de Cristo, con afán de corredimir a todas las almas. Dar la vida por los demás. Sólo así se vive la vida de Jesucristo y nos hacemos una misma cosa con El.