Via Crucis del P. José María de Llanos, sj.

Las imágenes corresponden al Viacrucis en Mosaico del sacerdote y artista P. Marko Iván Rupnik,sj. De origen esloveno, está radicado en Roma. Sus originales obras adornan iglesias en Fatima, Lourdes y la Capilla privada del papa. Consultor del Pontificio Consejo para la Cultura, fue galardonado con varios premios, entre los cuales se cuenta el "Beato Angelico".
Agradecemos al P. Leandro Bonnin, Vicario Parroquial de Nuestra Señora de la Piedad de Paraná (Entre Ríos), que tan gentilmente nos enviara las meditaciones a las estaciones.
Para meditar el Santo Via Crucis, es conveniente buscar un lugar adecuado, donde podamos entrar en clima de oración, preferentemente en la iglesia y ante las estaciones, o frente al Sagrario. Es importante leer lentamente el texto, y hacer un buen espacio de silencio después de cada estación. Mirar a Jesús en cada una de ellas, y recordar que “por mí va a la Cruz” . (San Ignacio de Loyola)
Oración inicial
Señor mío Jesucristo que nos invitas a tomar la Cruz y seguirte, caminando Tú delante para darnos ejemplo: danos tu luz y tu gracia al meditar en este Vía Crucis tus pasos para saber y querer seguirte. Oh, Madre de los Dolores: inspíranos los sentimientos de amor con que acompañaste en este camino de amargura a tu Divino Hijo. Amen.
I Jesús condenado a muerte
Jesús frente a Pilato. Hay una guerra a muerte entre el mundo representado en Pilato y Cristo. Hay que escoger bandera y partido. O con el mundo, que se divierte condenando a Cristo, o con Cristo, que por amar es condenado a muerte. Sé en qué partido estuve hasta el día de hoy. Me duele, ¿Dónde voy a estar desde mañana? ¡Señor, dime que no soy del mundo, dime que no es posible servir a dos señores!
II Jesús con la cruz a cuestas
Recibe Él con amor el madero donde van mis pecados y miserias. Los que cometí y no pagué. Porque los pagó Él. Los pago Él. Fueron sobre sus hombros. Por eso fui su verdugo y no su discípulo. Ahora quiero aprender de Él y marchar tras Él con la cruz mía, la que yo fabriqué y Él soportó. Ahora prometo hacer penitencia. Para pagar mis deudas. Para devolver amor. ¡Señor, porque quiero ser tu discípulo, quiero negarme y llevar mi cruz!
III Jesús cae por primera vez
Y cayó porque le pesaba mi carga. Y cayó para que no me desanime en mis caídas. Si me pesa la vida, si caigo, acuérdeme que le pesaba a Él mi cruz y cayó. Llevaba sobre sus hombros mis pecados, mis incapacidades, mis fallos, mis impotencias. Todo lo mío. Porque es mi hermano y conmigo avanza por la vida. Él lleva mi vida y mis obras hechas cruz sobre sus hombros. ¡Señor, hazme tu yugo suave y tu carga ligera!
IV Jesús encuentra a su Madre
Siete espadas atraviesan el corazón de Ella. Se las clavo yo, que llevo así a Jesús por las calles de Jerusalén. Yo, que hice llorar a tantos, la hice también llorar a Ella. Yo, que tengo el corazón endurecido. ¡Qué bien sé cargar maderos en las fuertes espaldas del Señor! ¡Qué bien sé clavar espadas en el blando Corazón de mi Madre! ¡Señor, haz que mi corazón de piedra se haga corazón de carne!
V El Cireno ayuda a llevar la cruz
Egoísta como el de Cirene, contemplo a Jesús con su carga. A aquel hombre le obligaron los soldados a salir de su indiferencia y tomar la cruz. ¿No serán el amor y la contrición, los que me obliguen a mí a salir de mi abulia y cobardía, para pedirle al Señor que me deje tomar parte de su cruz? Porque en ella está la salud y la vida. Porque la necesito, porque me la merezco, porque quiero llevar con mi hermano la paga de mi vida. ¡Señor, dame de tu cruz!
VI La Verónica enjuga el rostro del Señor
Cobarde como todos aquellos que contemplan la caravana. Cobarde yo, no me atrevo a confesar a Jesús ante los hombres, no me atrevo a salir al camino como la Verónica y enjugar su rostro. No me atrevo a ser piadoso delante de los demás. No me atrevo a ser misericordioso, enjugando el rostro de los otros cristos, todos lo que sufren... No me atrevo... ¡Señor, desata me cobardía para que, ante el mundo, te proclame a Ti!
VII Jesús cae por segunda vez
Humillado, cae a los pies de los soldados. No había venido a ser servido, sino a servir. Abyección de la plebe y oprobio de las gentes. Jesús pisoteado para que yo pisotee las glorias del mundo, sus pompas y vanidades, y mis orgullos y soberbias. Para que sea humilde. Jesús a los pies de los Apóstoles. Jesús a los pies de los soldados. Jesús a disposición de todos, se ha hecho Pan de todos para que todos le comamos. ¡Y le seguimos pisando!... ¡Señor, tu discípulo no quiere ser más que su Maestro! ¡Ayúdame a sufrir fracasos y deshonras!
VIII Jesús y las mujeres de Jerusalén
No acepta el Señor aquellas lágrimas sinceras. Prefiere la compasión más viril, la que florece en contrición y en penitencia. La que quiere de mí Es fácil la piedad sensible; rehuimos la piedad sacrificada, la que hace de la mortificación y del seguimiento de Cristo una profesión heroica. ¡Cuántos lloran al paso de Jesús y qué pocos le siguen! ¡Cuántos sarmientos secos en su vida, qué pocos sarmientos vivos y doblados por el peso de los frutos! ¡Señor, mírame! Sabes mi debilidad que me tiene al margen de tu camino; dime como a Lázaro: “¡Levántate y anda!”
IX Jesús cae por tercera vez
Y una vez más por tierra, y una vez más surge y asciende. Para darme el Señor la lección de heroica perseverancia. Porque el cansancio en el camino de Cristo es de todos y de siempre, es mi enfermedad, mi vida; me canso de seguirle, me canso de la virtud, me canso de la piedad. Me canso, me aburro. Cristo cae y se levanta hasta el fin. ¡Así, Señor, hasta el fin de mi vida, por duro que sea el camino, por largo que sea, siempre levantándome, siempre! ¡Jesús!, cuando veas que me sumerjo, perdiendo la confianza, que Tus manos me tomen, que Tus labios me digan: ¡Hombre de poca fe!, ¿por qué dudas?
X Jesús despojado de sus vestiduras
Despojado de todo, libre, sin las mil ataduras con que los hombres nos atamos a la tierra, Jesús despojado, sin nada, frente a mis concupiscencias de cosas, de mundo, de placeres, de cariño. Jesús pobre, Jesús solo. Yo rico, yo espléndido, yo mimando y querido. Por mis culpas y mis malos deseos y mis codicias y mis injusticias, Jesús padece pobreza, deshonra y soledad. Y las sigue padeciendo en sus pobres, imágenes suyas, pedazos de su Cuerpo místico. ¡Señor!, ¿aprenderé a vaciar mi corazón de tierra, a entender lo que es pobreza, lo que es humildad, lo que eres Tú?
XI Jesús es crucificado
Cae el martillo, traspasan los clavos la carne de Dios, mis pecados golpean; mis pecados de carne que se ceban en la carne divina, mis lascivias que hacen llagas en el casto cuerpo de Jesús, mi lujuria que ensangrienta Su pureza. Y quedan Sus manos abiertas y Sus pies clavados. Y yo enfrente, entre el mundo que ríe, diciendo: ¡Bájate de la cruz! ¡Bájate de la cruz! Pero no, Señor; no te bajes. ¿Qué seria de mí, si dejaras tu puesto, que es el mío, el suplicio que yo me gane y que tu padeces? No te bajes, Señor, y escóndeme en tus llagas para que se mueva allí mi espíritu y se haga casta mi carne.
XII Jesús muere en la cruz
Y habiendo dado una gran voz, inclinó la cabeza y expiró. En las manos de su Padre había puesto su espíritu; y en las de los hombres su perdón, su sangre y su Madre. Todo se había consumado. Nada más podía hacer ya. ¿Me parece poco? ¿Nos parece poco? Sin duda, porque aún seguimos, aún sigo pecando y pecando. Me parece poco la sangre y la muerte de Dios. El lo sabía, y, desde Su cruz, me miró enternecido: “Tengo sed”. Aún le restaba amor y sed de pagar más por mí...; aún, todavía más. Y un día y otro día sigue su sacrificio en los altares, a través de los siglos, y de los años, y de los minutos. ¡Y yo..., aún sigo pecando! ¡Señor, Señor, hasta cuándo!
XIII El descendimiento del Señor
Sobre el seno de María queda el cadáver de Jesús. Ella, en silencio, contempla y llora. Es mi obra: “Señora, yo lo hice, yo maté a tu Hijo con mis crueldades y tibiezas, con mis injusticias y cobardías, con mis impiedades. Yo fui, Señora: Tú me lo diste hecho Vida, yo te lo devuelvo muerto. Es mi obra, lo único grande que hice en la vida, lo único eficaz...” Ella, en silencio, contempla y llora. ¡Jesús ha muerto!... Y yo, tras contemplar y pedir perdón en estos Ejercicios, ¿volveré otra vez a empezar?
XIV Jesús es sepultado
El sepulcro del Señor es urna de esperanza. Es noche de estrellas. Es ansias de resurrección. Como el Sagrario, el pequeño sepulcro místico de Jesús, con su puerta sellada y su silencio expresivo, y sus promesas de vida. Vigilaban los guardias y yo vigilaré; esperaban las mujeres y yo esperaré... Esperaré, esperaré la aurora del gran día, cuando venga mi resurrección, y el verle cara a cara y el abrazo estrecho y divino de duración eterna... ¡Ven, Señor Jesús, ven...Despunta la aurora de tu día!, ¡ven!