Hoy viernes 19 de agosto de 2011 tendrá lugar un Via Crucis con los jóvenes que vengan a Madrid a encontrarse con el Santo Padre. En él van a participar cofradías de toda España, poniendo al servicio de la Jornada Mundial de la Juventud sus pasos de Semana Santa más emblemáticos, para ayudar a los jóvenes a profundizar en la muerte y resurrección del Señor con lo mejor del arte religioso español.
Introducción
Queridos jóvenes: nos reunimos aquí, evocando la tarde del Viernes Santo, para acompañar a Jesús, el Hijo de Dios, en los misterios de su dramática y gloriosa Pasión. Son misterios de vida y salvación. Misterios que nos revelan el amor de Cristo, que nos amó hasta el fin, hasta dar su vida por nosotros. La contemplación de los misterios de Cristo es un acto de intensa oración, que nos permite unirnos a Cristo y compadecer con Él, abriéndonos a su amor y uniendo nuestras cruces a la suya. El amor se hace patente en la compasión. Por eso, al mismo tiempo que contemplamos la Pasión de Cristo, hacemos presente el sufrimiento de tantos hermanos nuestros que, como consecuencia del pecado propio y ajeno, transitan por enormes vía crucis con el peligro de perder la fe y la esperanza. Hoy queremos hacernos cirineos que, abrazados a la cruz de Cristo, acogen también en la plegaria y en la caridad el dolor de nuestros hermanos.
En este rato de oración, acompañaremos a Cristo en los pasos que Él dio hasta llegar al Monte Calvario para ser crucificado. Avivaremos nuestro amor, siguiéndole de cerca. Guardaremos profundo silencio en el ambiente exterior y dentro de nuestra mente, no dando entrada a pensamientos ajenos a esta piadosa contemplación. Nos situaremos: con mucha humildad y pidiéndole su gracia, reconociendo que no somos dignos de situarnos dentro de su corazón para pensar como Él, sentir como Él y vivir con Él, el Misterio del dolor que asumió en su propia carne, pagando por los pecados de la Humanidad. Haremos presente a todos los jóvenes del mundo que son víctimas de injusticias, persecución, marginaciones, malos tratos, pobrezas, esclavitudes, vejaciones..., y a los que Jesús les dice que no están solos, pues Él asume su dolor y camina a su lado.
I Última Cena de Jesús con sus discípulos
Última cena, de Francisco Salzillo (1763)
Jesús, antes de tomar entre sus manos el pan, acoge con amor a todos los que están sentados en su mesa. Sin excluir a ninguno: ni al traidor, ni al que lo va a negar, ni a los que huirán. Los ha elegido como nuevo pueblo de Dios. La Iglesia, llamada a ser una. Jesús muere para reunir a los hijos de Dios dispersos. El amor fortalece la unidad. Unidos a la oración de Cristo, oremos para que, en la tierra del Señor, la Iglesia viva unida y en paz, cese toda persecución y discriminación por causa de la fe, y todos los que creen en un único Dios vivan, en justicia, la fraternidad, hasta que Dios nos conceda sentarnos en torno a su única mesa.
II El beso de Judas
El Beso de Judas, de Antonio Castillo Lastrucci (s. XVIII)
En la Cena se respira un hálito de misterio sagrado. Cristo está sereno, pensativo, sufriente. Había dicho: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer » Y ahora, a media voz, deja escapar su sentimiento más profundo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar». Judas se siente mal, su ambición ha cambiado, a precio de traición, al Dios del Amor por el ídolo del dinero. Jesús lo mira y él desvía la mirada. Le llama la atención ofreciéndole pan con salsa. Y le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». El corazón de Judas se había estrechado y se fue a contar su dinero, para después entregar a Jesús con un beso. Y Cristo, al sentir el frío del beso traidor, no se lo reprocha, le dice: Amigo. Si estás sintiendo en tu carne el frío de la traición, o el terrible sufrimiento provocado por la división entre hermanos y la lucha fratricida, ¡acude a Jesús!, que, en el beso de Judas, hizo suyas las dolorosas traiciones.
III Negación de Pedro
Negaciones de San Pedro, de Federico Collaut-Valera (1947)
Un cristiano tiene que ser un valiente. Y ser valiente no es no tener miedos, sino saber vencerlos. El cristiano valiente no se esconde por vergüenza de manifestar en público su fe. Jesús avisó a Pedro: «Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti». «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme». Y el apóstol, por temor a unos criados, lo negó diciendo: «No lo conozco». Al pasar Jesús por uno de los patios, lo mira..., él se estremece recordando sus palabras..., y llora con amargura su traición. La mirada de Dios cambia el corazón. Pero hay que dejarse mirar. Con la mirada de Pedro, el Señor ha puesto sus ojos en los cristianos que se avergüenzan de su fe, que tienen respetos humanos, que les falta valentía para defender la vida desde su inicio, hasta su término natural, o quieren quedar bien con criterios no evangélicos. El Señor los mira para que, como Pedro, hagan acopio de valor y sean testigos convencidos de lo que creen.
IV Jesús, sentenciado a muerte
Jesús sentenciado a muerte, Anónimo de s. XVII
La mayor injusticia es condenar a un inocente indefenso. Y, un día, la maldad juzgó y condenó a muerte a la Inocencia. ¿Por qué condenaron a Jesús? Porque Jesús hizo suyo todo el dolor del mundo. Al encarnarse, asume nuestra humanidad y, con ella, las heridas del pecado. Cargó con los crímenes de ellos para curarnos por el sacrificio de la Cruz. Como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, expuso su vida a la muerte. Lo que más impresiona es el silencio de Jesús. No se disculpa, es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, fue azotado, machacado, sacrificado. Enmudecía y no abría la boca. En el silencio de Dios, están presentes todas las víctimas inocentes de las guerras que arrasan los pueblos y siembran odios difíciles de curar. Jesús calla en el corazón de muchas personas que, en silencio, esperan la salvación de Dios.
V Jesús carga con su cruz
Jesús cargado con la cruz, de José R. Fernández-Andrés (1942)
Cruz no sólo significa madero. Cruz es todo lo que dificulta la vida. Entre las cruces, la más profunda y dolorosa está arraigada en el interior del hombre. Es el pecado que endurece el corazón y pervierte las relaciones humanas. La cruz que ha cargado Jesús sobre sus hombros para morir en ella, es la de todos los pecados de la Humanidad entera. También los míos. Jesús muere para reconciliar a los hombres con Dios. Por eso hace a la cruz redentora. Pero la cruz por sí sola, no nos salva. Nos salva el Crucificado. Cristo hizo suyo el cansancio, el agotamiento
y la desesperanza de los que no encuentran trabajo, así como de los inmigrantes que reciben ofertas laborales indignas o inhumanas, que padecen actitudes racistas o mueren en el empeño por conseguir una vida más justa y digna.
VI Jesús cae bajo el peso de la cruz
Jesús cae bajo el peso de la cruz, de Nicolas Fumo (s.XVII)
La Sagrada Escritura no hace referencia a las caídas de Jesús, pero es lógico que perdiera el equilibrio muchas veces. La pérdida de sangre por el desgarramiento de la piel en los azotes, los dolores musculares insoportables, la tortura de la corona de espinas, el peso del madero…, ¡no hay palabras para describir el dolor que Cristo debió experimentar! Todos, alguna vez, hemos tropezado y caído al suelo. ¡Con qué rapidez nos levantamos para no hacer el ridículo! Contempla a Jesús en el suelo y todos a su alrededor riendo con sorna y dándole algún que otro puntapié para que se levantara. ¡Qué ridículo, qué humillación, Dios mío! Jesús sufre con todos los que tropiezan en la vida y caen sin fuerzas víctimas del alcohol, las drogas y otros vicios que les hacen
esclavos, para que, apoyados en Él, y en quienes los socorren, se levanten.
VII El Cirineo ayuda a llevar la cruz
El Cireneo ayuda a llevar la cruz, Anónimo del s XVII
Simón era un agricultor que venía de trabajar en el campo. Le obligaron a llevar la cruz de nuestro Señor, no movidos por la compasión, sino por temor a que se les muriese en el camino. Simón se resiste, pero la imposición, por parte de los soldados, es tajante. Tuvo que aceptar a la fuerza. Al contacto con Jesús, va cambiando la actitud de su corazón y termina compartiendo la situación de aquel ajusticiado desconocido que, en silencio, lleva un peso superior a sus débiles fuerzas. ¡Qué importante es para los cristianos descubrir lo que pasa a nuestro alrededor, y tomar conciencia de las personas que nos necesitan! Jesús se ha sentido aliviado gracias a la ayuda del Cirineo. Miles de jóvenes marginados de la sociedad, de toda raza, condición y credo, encuentran cada día cirineos que, en una entrega generosa, caminan con ellos abrazando su misma cruz.
VIII La Verónica enjuga el rostro de Jesús
La Verónica enjuga el rostro de Jesús, de Francisco Pinto (1976)
Le seguía una multitud del pueblo y un grupo de mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban llorando. Jesús se volvió y les dijo: «No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos». Llorad, no con llanto de tristeza que endurece el corazón y lo predispone a producir nuevos crímenes... Llorad con llanto suave de súplica, pidiendo al cielo misericordia y perdón. Una de las mujeres, conmovida al ver el rostro del Señor lleno de sangre, tierra y salivazos, sorteó valientemente a los soldados y llegó hasta Él. Se quitó el pañuelo y le limpió la cara suavemente. Un soldado la apartó con violencia, pero, al mirar el pañuelo, vio que llevaba plasmado el rostro ensangrentado y doliente de Cristo. Jesús se compadece de las mujeres de Jerusalén, y en el paño de la Verónica deja plasmado su rostro, que evoca el de tantos hombres que han sido desfigurados por regímenes ateos que destruyen a la persona y la privan de su dignidad.
IX Jesús es despojado de sus vestiduras
Jesús despojado de sus vestiduras, de Manuel Ramos Corona (1989)
Mientras preparan los clavos y las cuerdas para crucificarlo, Jesús permanece de pie. Un despiadado soldado se acerca y, tirándole de la túnica, se la quita. Las heridas comenzaron a sangrar de nuevo causándole un terrible dolor. Después se repartieron los vestidos. Jesús queda desnudo ante la plebe. Le han despojado de todo y le hacen objeto de burla. No hay mayor humillación, ni mayor desprecio. Los vestidos no sólo cubren el cuerpo, sino también el interior de la persona, su intimidad, su dignidad. Jesús pasó por este bochorno porque quiso cargar con todos los pecados contra la integridad y la pureza, y murió para quitar los pecados de todos. Jesús padece con los sufrimientos de las víctimas de genocidios humanos, donde el hombre se ensaña con brutal violencia, en las violaciones y abusos sexuales, en los crímenes contra niños y adultos. ¡Cuántas personas desnudadas de su dignidad, de su inocencia, de su confianza en el hombre!
X Jesús es clavado en la cruz
Jesús clavado en la cruz, de Ramón Alvarez (1884)
Habían conducido a Jesús hasta el Gólgota. No iba solo, lo acompañaban dos ladrones que también serían crucificados. Lo crucificaron; y, con Él, a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. ¡Qué imagen tan simbólica! El Cordero que quita el pecado del mundo se hace pecado y paga por los demás. El gran pecado del mundo es la mentira de Satanás, y a Jesús lo condenan por declarar la Verdad: su ser Hijo de Dios. La verdad es el argumento para justificar la crucifixión. Es imposible describir lo que padeció físicamente el cuerpo de Cristo colgando de la cruz, lo que sufrió moralmente al verse desnudo crucificado entre dos malhechores y sentimentalmente, al encontrarse abandonado de los suyos. Jesús en la cruz acoge el sufrimiento de todos los que viven clavados a situaciones dolorosas, como tantos padres y madres de familia, y tantos jóvenes, que, por falta de trabajo, viven en la precariedad, en la pobreza y la desesperanza, sin los recursos necesarios para sacar adelante a sus familias y llevar una vida digna.
XI Jesús muere en la cruz
Jesús muere en la cruz, de Francisco Palma Burgos (1942)
Era sábado, el día de la preparación para la fiesta de la Pascua. El sol se oscureció y el velo del Templo se rasgó por la mitad. Tembló la tierra... Es momento sagrado de contemplación. Es momento de adoración, de situarse frente al cuerpo de nuestro Redentor: sin vida, machacado, triturado, colgado..., pagando el precio de nuestras maldades, de mis maldades... Jesús muere por mí. Jesús me alcanza la misericordia del Padre. Jesús paga todo lo que yo debía. ¿Qué hago yo por Él? Ante el drama de tantas personas crucificadas por diferentes discapacidades, ¿lucho por extender y proclamar la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida?
XII El descendimiento de la cruz
El descendimiento, de Luis Marco Pérez (1945)
Cristo ha muerto y hay que bajarlo de la cruz. Acerquémonos a la Virgen y compartamos su dolor. Cristo ha fracasado, haciendo suyos todos los fracasos de la Humanidad. El Hijo del hombre ha sido eliminado y ha compartido la suerte de los que, por distintas razones, han sido considerados la escoria de la Humanidad, porque no saben, no pueden, no valen. Son, entre otros, las víctimas del sida, que, con las llagas de su cruz, esperan que alguien se ocupe de ellos.
XIII Jesús en brazos de su madre
Jesús en brazos de su Madre, de Gregorio Fernández (1625)
Aunque todos somos culpables de la muerte de Jesús, en estos momentos tan dolorosos la Virgen necesita nuestro amor y cercanía. Nuestra conciencia de pecadores arrepentidos le servirá de consuelo. Con actitud filial, situémonos a su lado, y aprendamos a recibir a Jesús con la ternura
y amor con que ella recibió en sus brazos al cuerpo destrozado y sin vida de su Hijo. «¿Hay dolor semejante a mi dolor?» Y, mientras preparaban el cuerpo del Señor según se acostumbra a enterrar entre los judíos para darle sepultura, María, adorando el Misterio que había guardado en su corazón sin entenderlo, repetiría conmovida con el profeta: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho?, ¿en qué te he molestado? ¡Respóndeme!» Al contemplar el dolor de la Virgen, hacemos
memoria del dolor y la soledad de tantos padres y madres que han perdido a sus hijos por el hambre, mientras sociedades opulentas, engullidas por el dragón del consumismo, de la perversión materialista, se hunden en el nihilismo de la vaciedad de su vida.
XIV Jesús es colocado en el sepulcro
Jesús es sepultado, de Gregorio Fernández (s. XVII)
Una vez colocado el cuerpo sobre la roca, José de Arimatea hizo rodar la piedra de la puerta, quedando la entrada totalmente cerrada. Si el grano de trigo no muere... Y, después del ruido de la piedra al cerrar el acceso al sepulcro, María, en el silencio de su soledad, aprieta la espiga que ya lleva en su corazón como primicia de la Resurrección. En esta espiga recordamos el trabajo humilde y sacrificado de tantas vidas gastadas en una entrega sacrificada al servicio de Dios y del prójimo, de tantas vidas que esperan ser fecundas uniéndose a la muerte de Jesús. Recordamos a los buenos samaritanos, que aparecen en cualquier rincón de la tierra para compartir las consecuencias de las fuerzas de la naturaleza: terremotos, huracanes, maremotos...
Oración final
Madre y Señora nuestra, que permaneciste firme en la fe, unida a la Pasión de tu Hijo: al concluir este Vía Crucis, ponemos en ti nuestra mirada y nuestro corazón. Aunque no somos dignos, te acogemos en nuestra casa, como hizo el apóstol Juan, y te recibimos como Madre nuestra. Te acompañamos en tu soledad y te ofrecemos nuestra compañía para seguir sosteniendo el dolor de tantos hermanos nuestros que completan en su carne lo que falta a la Pasión de Cristo, por su cuerpo, que es la Iglesia. Míralos con amor de madre, enjuga sus lágrimas, sana sus heridas y acrecienta su esperanza, para que experimenten siempre que la Cruz es el camino hacia la gloria, y la Pasión, el preludio de la Resurrección.