Vía Crucis del Año de la Fe

Con Oraciones de Benedicto XVI

por Javier Leoz

Francisco Javier Leoz Ventura es sacerdote diocesano de Pamplona y Tudela. En la actualidad es párroco en Peralta. Es también delegado episcopal de Religiosidad Popular, escritor y predicador.
Las imágenes que ilustran este Viacrucis pertenecen al pintor polaco Jerzy Duda Gracz (1941-2004). Se pueden admirar en el Santuario de Jasna Góra, de Czestochowa (Polonia). Con particular estilo, el artista actualiza al tercer milenio la iconografía del viacrucis. Para más información sobre estas imágenes y su autor, haga click aquí.

 
  I  Jesús es condenado a muerte
Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilato insistió :«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. (San Mateo 27, 22-23.26)

 
Llamados a la vida, y el mundo empeñado en empujarnos hacia los desfiladeros de la muerte.
Al dirigir nuestros ojos hacia la fachada de la sociedad en la que nacimos y vivimos, vemos constantemente resbaladizos balcones desde donde se nos muestran escenas de condenados injustamente a muerte. Niños que, antes de nacer, han sido sentenciados a la no existencia; el Creador, ridiculizado; la honestidad, como un imposible. El fraude, como algo normal. La corrupción, cosida a la vida cotidiana; el catolicismo puesto en sordina.
En este Año de la Fe, recordamos que, el cristianismo, ha de salir al paso de las heridas mortales. Ha de curar aquellas hemorragias que la coyuntura actual se empeña en presentar como brotes verdes, cuando- bien sabemos- que son juicios sin derecho a réplica, patíbulos en los que –los más débiles- han de callar porque, ni tan siquiera, se les ha dado opción a la palabra.
La fe, como confianza en Dios, nos aguijonea a no quedarnos hipnotizados ante lo que consideramos injusto. A defender a los nuevos cristos que, frente al silencio de los poderosos, siguen siendo entregados a la muerte. En esta estación y en la vida misma, Jesús no nos pide que le aplaudamos o que le admiremos. Nos pide que tomemos nota y que le sigamos. ¿Estamos dispuestos?


Oración: Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán» ha sofocado la voz de la conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra vida. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la conversión.


II Jesús con la cruz a cuestas 
Si alguno quiere seguirme, olvídese de sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque si alguno quiere salvar su vida, la perderá; en cambio, si pierde la vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? O, ¿qué puede ganar el hombre a cambio de su vida?

 
“La manera de dar vale más que lo que se da”, dice un viejo proverbio. La cruz es importante pero, cargarla cómo Cristo la lleva, lo es más. Tal vez, en muchas ocasiones, podemos correr el riesgo de quedarnos en el tamaño de la cruz, en su peso, en su belleza, en el grueso del madero y…olvidarnos en el significado que esconde.
El Señor, en esta estación, nos da una gran lección: la cruz hay que soportarla con entereza y con pasión. Con el convencimiento de que, la cruz en sí misma, no redime, no rescata. Que, en todo caso, es el que sube a la cruz –con obediencia, humildad y verdad- quien nos trae la vida.
En esta estación admiramos los modos y las formas con los que Jesús toma su cruz. Lo hace por la humanidad. Lo hace con la calidad de sentirse hijo de Dios. Toma la cruz sin mirar al madero, sin importarle su aplastante peso, sin pensar si podrá o no podrá arrastrarla por el camino que le aguarda por delante. Lo hace con total donación y mirando hacia el cielo.
Que en este Año de la Fe aprendamos a vivir los acontecimientos de la vida con la misma actitud que tiene Cristo al colocar la cruz sobre su hombro: sólo entregándonos por los demás es cuando podemos ver la calidad de nuestro ser cristiano.

Oración: Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por ese camino. Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímanos a recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría.


  III  Jesús cae por primera vez
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. (Isaías 53, 4-6)

Cuando se cae por amor, es caridad. Cuando se cae en lo superficial nos encontramos con el simple placer. Cuando se cae por ser fiel a unos principios, es coherencia. Cuando se cae por debilidad, eso cobardía.
Hoy, la conciencia recta y lúcida, brilla por su ausencia. Nada es pecado. Todo vale. Parece como si, en la perspectiva de la vida de muchas personas, no existiera ningún modelo de referencia: todo es relativo y todo se puede relativizar con tal de alcanzar el bien personal. Aunque sea a costa de la felicidad de los demás.
El Señor, en esta caída, nos pregunta ¿Cómo camináis en vuestra vida? ¿Con el pie de la verdad o con las prisas de la mentira? ¿Con el paso de la humildad o con el salto de la soberbia? ¿Con la luz del día o con el disfraz de la noche?
Cristo, debajo de la cruz, alza sus ojos y observa nuestra vida. Una vida, en muchas ocasiones, oprimida por la falta de fe, de esperanza, de ilusión. Con frecuencia solemos decir “este mundo va mal, va estallar en cualquier momento”. Y no caemos en la cuenta que, ese pesimismo, es fruto de que a Dios lo hemos dejado de lado. No es que Él se haya apartado del camino de la cruz de los hombres; más bien al contrario: es el mundo quien, encerrado en un corazón de piedra, prefiere vivir bajo la losa de la desesperanza.

Oración: Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.


IV Jesús se encuentra con su Madre
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón (San Lucas 2, 34-35.51)
En silencio, y con sorpresa por parte de María, recibió la visita del Ángel en Nazaret. En silencio, con la cruz sobre su hombro, y tal vez sorprendido también, encontró Cristo a Aquella que, en la noche de Navidad, le arrulló en sus brazos.
¡María! Ella es el Evangelio vivido. En una esquina del hogar de Nazaret dijo “sí” gozosamente. Hoy, en una borde de la Vía Dolorosa repite mil veces: ¡Sí! ¡Te quiero a pesar de tu rostro ensangrentado!
Ella, en esta Nueva Evangelización a la que estamos convocados, nos mira desde el vértice de nuestro compromiso cristiano. ¿Qué hacemos por Cristo? ¿Qué hacemos por el Evangelio? ¿Cómo miramos a Jesús? ¿En qué le ayudamos?
María, desde el anuncio del Ángel hasta el final de sus días, respondió con generosidad a los deseos de Dios.
María, temblorosa pero admiradora de la obra de su Hijo, recorrió pueblos y ciudades observando y meditando adhesiones y rechazos hacia un Hijo que era su delirio, su locura o su fijación de Madre: Cristo.
Nuevamente, sin esperarle, sin llamarle….se asoma de nuevo a la encrucijada de los caminos por donde Jesús se desangra con pasión por la humanidad.
¡Gracias, María! ¡Gracias por estar ahí! ¡Gracias, por haber mirado a Cristo como nadie jamás le miró! Cristo subió con la cruz pero, no es menos verdad, que tú soplaste con tu aliento de nazarena para que, esa cruz, fuese más llevadera y hasta más ligera.

Oración: Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble -que serías la madre del Altísimo-, también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.


 
V  El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (San Mateo 27, 32; 16, 24)
Desde el día de nuestro Bautismo se nos ha invitado a seguir a Jesús. Su Palabra, para nosotros, ha de ser programa de vida. Su forma de vivir, una interpelación hacia el momento histórico que asistimos. ¿Cómo es nuestro pensamiento? ¿Hay lugar en Él para Dios? ¿Cómo está nuestro corazón? ¿Existe una habitación en nuestro corazón reservada para Cristo? ¿Cómo se encuentra nuestra alma? ¿Está marcada con la fuerza del Espíritu o llena de dudas por las acometidas del mundo que nos rodea?
Todos los cristianos estamos llamados a dar este testimonio. A veces es duro puesto que hay en el ambiente una cierta aversión a pronunciar el nombre de Dios y a manifestarse creyente. Que en este Año de la Fe, además de soportar nuestras propias cruces, demos testimonio de la verdad que llevamos dentro: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Recordemos a tantos miles de cristianos perseguidos, asesinados y maltratados en el mundo por causa de su fe. ¿Y nosotros teniéndolo más fácil no vamos a manifestar aquello que creemos?

Oración: Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia.


 
VI  La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación (Salm 26,8-9)

Un místico se acercó a una bella imagen de Cristo crucificado. Hallándose en profunda meditación, disfrutando de una intensa oración y contemplando al Señor, sintió una voz que le decía: “se nota, en tu cara, que eres de los míos”.
En este Año de la Fe, nuestros rostros deben de ser un lienzo de la Verónica; si andamos con Jesús; si frecuentamos los sacramentos de la fe; si la oración es algo normal en el momento de éxito o de fracaso, de inquietud o de crisis; si, la misa, es lo más esperado del domingo….a la fuerza, nuestros semblantes, han de ser, deben de ser ante el mundo un lienzo impreso de Jesucristo.
Es fácil salir a las calles de nuestra sociedad para socorrer un día. Para asistir en un determinado momento a quien sufre. Pero, Cristo, al recibir la ayuda de la Verónica nos recuerda que la caridad es la mejor fotografía que define a un cristiano.
No olvidemos que, esa caridad, se convierte en algo eterno, genuino, constante y gratuito cuando arranca del amor divino. Nuestras obras no son puro altruismo: nacen de lo alto. Del encuentro personal con Cristo que, cuando se produce, no nos deja indiferentes a ninguno.
El afecto de la Verónica no fue un simple cariño solidario. ¡Fue mucho más! Primero vio a Jesús, luego se conmovió y finalmente se lanzó en un acto de generosidad valiente y arriesgado.
Así es la caridad cristiana: cuando uno se encuentra con Cristo, como le ocurrió a San Francisco Javier en París, el lienzo de nuestra vida toma otro color. Un tono de amor que se imprime donde haga falta sin pretender nada a cambio. En tiempos de crisis, económica y moral, se agradecen –y mucho- los rostros de Cristo grabados en la vida de los cristianos.

Oración: Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y la pureza que nos permiten ver tu presencia en el mundo. Cuando no seamos capaces de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte y mostrar al mundo tu imagen.


 
VII Jesús cae por segunda vez
Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza (Lamentaciones 3, 1-2.9.16)
Una de las falsedades que constantemente alcanzan nuestros oídos o nuestros ojos es decirnos que somos invencibles. Y no lo olvidemos, el egoísmo, el centrarnos demasiado en nosotros mismos, nos lleva al autoengaño.
La segunda caída, y otras tantas que tuvo Cristo camino del Calvario, nos trae a la memoria que si Dios se hizo humano…fue para recordarnos que, el ser humano, puede levantarse y salir victorioso de pruebas y tentaciones, debilidades y caídas.
Constantemente estamos peleando con nosotros mismos. Queremos hacer el bien y nos rendimos a los brazos del mal. Buscamos a los demás y permanecemos recluidos y atados en nuestro personalismo. Luchamos por el bienestar y nos topamos con la evidencia de una realidad sufriente y con un futuro preocupante. ¿Cuándo entenderemos que, las caídas, nos enseñan a ser más personas, a valorar nuestras fuerzas y a ser lo que somos, es decir, personas?
Aquello de “vive como si Dios no existiera” no ha hecho sino hacer más frecuentes e insoportables los tropiezos de la humanidad en los pecados de siempre: vacío, ansiedad, suicidios, desesperanza y activismo.
¿Dónde hemos dejado a Dios?
Se desploma el Señor en el suelo para que, entre otras cosas, nuestros golpes sean menos duros. Para que nuestros sufrimientos sean menos dolorosos. Para que nuestras noches sean menos oscuras. Francisco de Javier, en sus flaquezas, siempre busco la luz de la fe. Y, ésta, nunca le faltó.

Oración: Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga la que te hace caer. Pero levántanos tú, porque solos no podemos reincorporarnos. Líbranos del poder del fácil vicio. En lugar de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver. Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos. Levántanos para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo.


 
VIII  Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco? (San Lucas 23,28-31)
Jesús, el hombre de la palabra y de la obra, se detiene ante unas mujeres. Jesús, el que calmó innumerables llantos a su paso por los caminos de Galilea, se para nuevamente ante las lágrimas. No es que no esté de acuerdo con ellas. Es que, en muchas ocasiones, el mundo que nos rodea, la Iglesia, la familia, el trabajo, los amigos…los problemas que hay dentro…no se solucionan ni se superan con simples lamentos.
¡No lloréis por mí! Y es tan difícil no hacerlo. Resulta tan doloroso no conmovernos cuando la cruz es literalmente arrancada de las paredes blancas y los espacios públicos. Qué difícil nos resulta no estremecernos al comprobar cómo Cristo sigue pasando por medio de las crisis de nuestro tiempo, al lado de nosotros y, muchos, siguen empeñados en dirigir la mirada hacia otra parte. Hacia paraísos que producen desazón, dependencia, infelicidad, depresión o soledad.
Señor; ayúdanos a ser sensibles a los dramas de nuestro mundo. A ser hombres y mujeres de palabra y, también, de acción. Que nuestras lágrimas sean sinceras y no postizas. Que cuando tengamos que llorar, Señor, lo hagamos con un llanto transparente y noble. Pero cuando nos toque aportar algo a nuestro mundo, allá donde nos encontremos, que lo hagamos sin miedo, sin timidez alguna y con la fuerza del Evangelio. En este Año de la Fe, nos comprometemos Señor, a ser signos de tu presencia con palabra y con obra.

Oración: Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar una concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna.


 
IX Jesús cae por tercera vez
Derramaré sobre sobre vosotros un agua pura. Os purificaré de toda mancha y de todos sus ídolos. Os daré un corazón nuevo. Y pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo. Os quitaré del cuerpo el corazón de piedra, y os pondré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu dentro de vosotros, para que viváis según mis mandamientos» (Ez 36,25-27).

El Señor, abatido pero no vencido por la cruz, nos da una magistral lección: las cosas no son siempre dulces en el recorrido de la fe. Tampoco fue un camino de rosas para Jesús. Nosotros, al igual que El, somos tentados al abandono. A dejar en un segundo o en un tercer plano, nuestra pertenencia a la gran familia de Dios. Tenemos la inclinación a caer en brazos de los falsos ídolos (los dominantes de nuestro mundo); en desplomarnos ante los que pretenden ser dueños y manipuladores de nuestras conciencias, de la educación de nuestros niños y jóvenes o en los fabricantes de leyes que van en contra de la dignidad de la persona o de la misma vida. ¿Quién ha dicho que las tentaciones no existen? ¿Quién ha dicho que las caídas no se dan en nuestra vida?
En nuestros días, es más cómodo no ser cristiano que serlo. Es menos comprometido presentarse como vulgar que con afán de perfección. Hoy es más fácil dejarnos seducir y escuchar el sonido de las sirenas de una felicidad hueca que secundar, la dulce, humilde pero veraz Palabra del Señor.
Acompañemos al Señor. Mantengámonos en pie en este Año de la Fe y, lejos de abandonar a Dios, aferrémonos a su cruz. Aferrémonos a Él con todas las consecuencias. Porque, entre otras cosas, cuando se levante de esta tercera caída mirará, frente a frente, a todos aquellos que permanecieron fieles y no se avergonzaron de defender su nombre en horas bajas.

Oración: Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace agua por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.


 
X  Jesús es despojado de sus vestiduras
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. (San Mateo 27, 33 -36)
Jesús, desnudo en la cruz, nos muestra el estilo de un verdadero cristiano. En Belén apareció desnudo. Por los senderos de Judea, Palestina o Galilea, sólo se sirvió del adorno de una túnica, unas sandalias y tal vez un cayado. Y a la cruz, subió sin más riqueza que lo que su cuerpo despojado guardaba: una impresionante fidelidad a Dios. Desnudo ascendió a la cruz y, por cierto, en la mañana de Pascua salió –desnudo-pero revestido de gloria y de vida abundante para todos.
Mientras Jesús llega a la cumbre del monte Gólgota despojado de todo, nosotros procuramos trepar envueltos en éxito o arropados por una apariencia excesivamente caprichosa y material. Es como si el hombre de hoy no pudiera vivir sin el disfraz de lo estético, sin la superficialidad del consumismo puro y duro. ¿Qué valor damos a lo que poseemos? ¿Somos esclavos o propietarios de las cosas?
A Cristo no le queda nada, pero tiene todo: su obediencia y la dignidad de Hijo de Dios. ¿Nosotros tenemos todo o, tal vez, no poseemos nada? ¿No será que en el fondo nos falta lo más esencial que es la belleza del corazón?
A Cristo le arrancaron los vestidos que arropaban su cuerpo, pero no lograron llegar hasta la prenda, más sagrada y escondida, que era su fuerza y su poder: el amor a Dios dentro de sus entrañas. Hoy, por el contrario, nos encontramos con muchas personas a nuestro alrededor -también nosotros- que optamos por deshacernos del manto de la fe...antes que renegar de otros decorados que disimulan y hasta denigran la verdad de nuestras vidas o la belleza de nuestro ser cristianos.

Oración: Señor Jesús, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del mundo. Pero es exactamente así como cumples la palabra de los profetas. Es así como das significado a lo que aparece privado de significado. Es así como nos haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.

XI  Jesús clavado en la cruz 
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos». (San Mateo 7, 37-42) 

 El poeta católico León Felipe escribe:“Yo te amo, Cristo, no porque has bajado de una estrella, sino porque me descubriste que el hombre tiene sangre, lágrimas y congojas. Sí; tú nos enseñaste que el hombre es pobre crucificado como tú. Tú estás en la carne dolorida del mundo”.
Ante una tierra con los brazos cerrados, Cristo abre los suyos. En sus brazos dilatados, de extremo a extremo en la cruz, podemos entrar todos aquellos que en situaciones diversas encontramos dificultades, dudas y necesidad de amor.
Miremos a nuestro alrededor; a la prensa, a la pantalla de la televisión. Escuchemos la radio. Abramos, sin miedo, las ventanas de nuestra propia casa o el ático de nuestra conciencia. ¿Qué encontramos? Desilusiones, sufrimientos, desahucios y también dolores que han clavado en el duro madero del paro o de la crisis material a manos muy conocidas y queridas para muchos de nosotros.
Cuánto dolor clavado en manos que han dejado arrinconado el don de la fe. Sí; al igual que las manos de Cristo, fueron selladas con sangre, en un trozo de madero….hoy asistimos, con cierto temor y temblor, a ese calvario en el que miles de crucificados ascienden sin ver horizonte alguno porque no han cuidado el fondo. Hablaron del buey y de la mula pero no del Niño que era y estaba en el centro del Misterio. Se quedaron con la cruz, pero dejaron de lado a Cristo. Se fijaron en los clavos, pero ya no dirigieron sus ojos a las manos de Cristo. Se enzarzaron con la corona de espinas, pero olvidaron de pensar con la cabeza de Cristo.
Miremos a la cruz pero llena de Cristo. Si ya resulta duro el pesimismo que invade a nuestra sociedad…más cruel sería levantar los ojos, y en este Año de la Fe, no encontrar respuestas o aliento que viene desde los brazos clavados de Cristo en la cruz.

Oración: Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar, has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar tu libertad «comprometida» y a encontrar en la estrecha unión contigo la verdadera libertad.


XII  Jesús muere en la cruz
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos; estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. (San Juan 19,19-20)

Por nosotros, Jesús, dio la vida. Por el hombre, el Señor, murió ofreciendo y derramando la sangre de su juventud en un madero.
Hoy  se nos educa para vivir: ¡Disfruta cuánto puedas! ¡No pienses en el mañana! ¡Vive el momento! ¡Primero tú y luego los demás! ¡No existe nada fuera de ti! ¡Carpe diem!
Por el contrario, la muerte de Jesús, nos muestra la cara opuesta de esa moneda de relativismo, camino fácil o del todo vale: hay que aprender a morir por algo. Hay que sacrificarse por los demás.
¡Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino! –exclamó desde la cruz el buen ladrón arrepentido-
Acuérdate, Señor, de nosotros. De los que peregrinamos por este mundo. Que no olvidemos que, sólo Tú, tienes palabras de Vida Eterna.
Enséñanos a ser esos “buenos ladrones” que, lejos de esperar al último instante de la vida para convertirnos, intentamos y disfrutamos robando tiempo a nuestro reloj para estar contigo y dar un espacio al reino de Dios en nuestro pensamiento y vivir diarios.
Acuérdate de nosotros, Señor, en estas horas de incertidumbre y desconcierto. Que en este Año de la Fe, además de creer en Ti, te conozcamos más y te amemos más. Que al cerrar los ojos a este mundo nos vayamos con la convicción de que hemos sido no sólo admiradores de tu persona sino, además, testigos entusiastas de tu reino y de tu persona. Amén.

Oración: Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, aparece difuminado, irreconocible. Pero en la cruz te has hecho reconocer. Porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora. Haz que se manifieste tu salvación


 
XIII  Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle. (San Mateo 27,54-55)
¡DIOS HA MUERTO! Han firmado, con puño y letra, algunos filósofos o escritores en diversas épocas.
Pero lo cierto es que pasan las ideologías, desaparecen muchas ideas y sus artífices,… y sigue permaneciendo en la historia la huella de Dios.
¿Quién vive y quién muere? ¿El hombre que confía en el Señor o la persona que se cierra en sí misma y no ve más allá del alcance de su vista o de su libre pensamiento?
A veces sentimos que a Dios lo tenemos cerca y otras parece como si estuviera ausente. A veces, cuando las cosas no van bien, quisiéramos tenerlo como tutor permanente, como un SER que iluminase y nos facilitase aquello que hacemos o dejamos de hacer en cada jornada. Pero eso no sería un Dios vivo…eso sería un Dios a nuestra medida. Sería un Dios arrojado a nuestros pies.
Como María, cada vez que comulgamos, recibimos a Cristo en nuestras manos. Como María, cada vez que oramos, tenemos al Señor en nuestro corazón. Y, María, cuando nos sentimos incomprendidos, solos, calumniados, abandonados o fracasados…nos acoge en sus brazos.
Que en este Año de la Fe, nos acerquemos a la figura de la Virgen María. Que descubramos que, lejos de ser una mujer de merengue o débil…compartió las horas grandes de Jesús y vivió, en propias carnes, las horas más amargas de Cristo.
Todos, en nuestro interior, conservamos un nombre de María. El que hemos aprendido de nuestros padres, en nuestras parroquias o en nuestra tierra.
Que Ella, María, nos ayude a sentir a DIOS más vivo que nunca en Jesucristo su Hijo.

Oración: Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia. La fe no ha muerto del todo, el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío, y un amor que te acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.


XIV Jesús es puesto en el sepulcro
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. (Mateo 27,59-61)
Nos asusta el silencio. No sabemos vivir, caminar, viajar, convivir o pasear sin ruido. Es el gran drama de nuestra sociedad: el hombre no sabe estar consigo mismo. Necesita distracción…algo que no violente su fuero interno.
El silencio del último día, es también asignatura pendiente en el mundo moderno. Se nos habla del ahora, pero se nos oculta el mañana eterno. ¿Por qué? ¿Acaso nos pueden garantizar en el futuro del hombre un final sin silencio, un ocaso sin muerte, una muerte sin preguntas?
Camino de la Pascua, en este Año de la Fe, colocamos en el centro de todos estos interrogantes a Cristo.
Frente al absurdo, hemos de responder que el Evangelio nos ofrece caminos de luz.
Frente al interés de ocultar el término de nuestros días, hemos de responder que –la suerte de Cristo- será la nuestra: murió y moriremos, pero resucitó y resucitaremos.
¿Por qué nos cuesta tanto dar este paso? ¿Por qué quedarnos en el Jesús humano sin la otra gran VERDAD que es el Jesús divino?
Somos peregrinos y, como peregrinos, vamos dejando diversas huellas detrás de nosotros. Unas son buenas y, otras, no tanto. Unas son profundas y, otras, tal vez superficiales. Unas impresas con fe y, otras, con desencanto. Pero lo importante es caminar hacia la luz. Mirar hacia el horizonte. Hacia esa META en la que, Cristo, puso sus ojos y por la que Cristo dejó caer su cuerpo en el silencio durante tres días: el rescate de la humanidad.
Año de la Fe…tiempo de crecimiento y de convencimiento en un acontecimiento magnífico y real: la resurrección de Cristo.

Oración: Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo. Auxílianos, para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser, de este modo, testigos de tu resurrección.