Dr. Santiago Soto Obrador

Meditaciones compuestas por el Dr. Santiago Soto Obrador, prestigioso médico internista y profesor titular de la Universidad Católica de Chile. Han surgido de un gran amor a Jesucristo alimentado en la oración, y al mismo tiempo expresan el esfuerzo por aliviar el sufrimiento humano que un médico enfrenta a diario. Las ilustraciones corresponden al Via Crucis pintado por Fr. Pedro Subercaseaux, osb
I-Jesús es condenado a muerte ¿Cuánto miedo tuviste, Señor? Si el sudor de sangre ya había humedecido tu rostro en el huerto y la agonía la estabas ya viviendo. ¿Cómo pude levantar mi mano contra Ti y apurar tu condena? Y sigo con la mano levantada para hacerte morir en cada pobre que no ayudo, en cada gesto de molestia con el otro, en cada ruego que no escucho. Ni una queja salió de tus labios, ni un reproche. Como ahora, en que esperas, paciente, que te hable cada noche. Dame fuerzas, Señor, para estar junto a Ti, para no quedarme fuera del palacio donde fue tu condena; para no levantar mi mano contra otros injuriando, murmurando, envidiando. Tu silencio, tu humildad, las necesito, Señor, para caminar junto a Ti, para tomarte la mano y decirte que te quiero en cada instante que pasas a mi lado vestido pobremente, enfermo, con frío, llorando, pidiendo.
II-Jesús carga con la cruz Te puse una corona de espinas y laceré tu cuerpo con los golpes y el azote. Te puse la cruz sobre los hombros y la cargué con mis pecados, con la soberbia y la avaricia, con las penas y aflicciones que nacen de mi propia maldad. La tomaste con amor y, de nuevo, con silencio. Enséñame, Jesús, a abrazar mi cruz, a quererla, a aceptarla y seguir caminando junto a ti, sin renuncias, sin temores. Me pesa, Señor, abandonarla a cada instante y sentarme a la orilla del camino de la vida y ver cómo ya vas por el sendero del Calvario, solo, cuando yo debería estar allí, para ayudarte en el que está acongojado, abandonado, llagado por el dolor o lacerado por la necesidad. Pero muéstrame tu rostro querido, para que no flaquee con esta cruz que me ha tocado, que no la quería, Señor, pero si me la has dado es porque sólo así podré acurrucarme un día, a tu lado.
III-primera caída de Jesús Las piedras que he puesto en tu senda divina y el peso de mis faltas tu cuerpo han doblado y has caído, ya cansado, por mi abandono, agobiado. Dame fuerzas, Señor, para endulzar el camino de otros hombres que van cargados con sus cruces y, para aliviarles el peso de sus penas o quebrantos. Dame fuerzas para no abandonar mi propia cruz y acudir a consolar del desvalido el llanto. No permitas que me quede allí, acariciando ilusiones, mientras veo indolente, cómo otros caen y yo no acudo a levantarlos. Deja que mi cansancio sea el reposo de otros hombres y mi dolor sea su alivio. Cuando yo me doble bajo el madero de mi cruz, acude en mi socorro, no tardes en auxiliarme, para que no me quede allí, sin sostén en mis flaquezas. Porque te quiero, Señor, sólo porque te quiero.
IV-El encuentro de Jesús con su Madre Señor, por cargar la cruz, ni siquiera pudiste abrazar a tu Madre. Deja que yo la abrace y le diga lo que esa tarde de Viernes no pudiste; deja que le entregue todo el corazón, para consolar su angustia, para mitigar su pena. Por cargar la cruz, sólo tus pupilas acariciaron el rostro de tu Madre. Permite que mis ojos sólo vean la grandeza de tu amor y la ternura de María; que mis ojos descubran tu presencia donde quiera que haya ausencia y abandono. Comprendo, señor, que mis pecados te ataron a una cruz, que el peso de mis culpas te agobió y que mis faltas hirieron el corazón de tu Madre Santísima. Dame la gracia de reparar con la oración las penas que di a tu corazón, y con toda caridad desagraviar el dolor de tu Madre.
V-Jesús es ayudado por el Cireneo Ningún amigo se acercó a ayudarte. Lo hizo un desconocido. Señor, ¡qué quieres que te diga! Si yo no soy capaz de confortarte. Te necesito. Sé, Tú, mi cireneo. Es tanta mi pobreza, es tanta mi flaqueza, que mi corazón precisa tu grandeza. Mírame con compasión. Dame la fuerza para acercarme a tu cruz, con la mía. Dame la luz que necesito para entender que eres Tú mi único descanso, que tu cruz es un tesoro, que abrazado a ella es que te adoro. Concédeme la gracia de ser, yo, un cireneo para cuanto hombre vea vacilar, para el huérfano que pide, para la viuda que llora, para el enfermo que implora, para el que tirita de frío, para el que la existencia se le ha hecho seca, como el estío.
VI-La Verónica limpia el rostro de Jesús Tú, ves, Señor. Fuiste Tú quien lavó los pies de otros hombres para mostrar la modestia y el servicio como la forma más perfecta de quererte. Te secaré el rostro, Señor, las manos y los pies en los que vives: en los menesterosos, en los marginados, en los silenciados por el odio, en los discriminados. Y como la Verónica, que no se avergonzó para ayudarte, dame la gracia de no avergonzar a ningún hombre al que yo ampare y de que la vergüenza no sea la causa de negar mi ayuda a los que la requieren. Concédeme limpiar el rostro de los que son deshonrados por otros, de los que son engañados, del padre triste, de la madre abandonada. Te ruego me otorgues la gracia de enjugar las lágrimas de los que no tienen trabajo, de los que tienen cansancio, de los que la vida marcó. Y, así como dejaste tus facciones en el paño con el que la Verónica limpió tu rostro bendito, deja tu huella en mi alma; convérteme en un niño.
VII-Segunda caída de Jesús Señor, cuando por segunda vez caíste, el sol no quiso hacerte caluroso el día, agobiarte no quería. Acallaron las avecillas su piar; cuando inerme te vieron, querían llorar. La piedra por ser tan dura sollozó y cuando en sus brazos te retuvo, se conmovió. Yo, también, mi Dios. Soy como una piedra, dame un corazón misericorde. Soy como un pajarillo, acógeme en tu mano. Me fui un día cualquiera desde el jardín de tu casa. Y errante estoy desde entonces. Y te encuentro aquí, cansado de buscarme. Aquí, Señor, estoy, me has encontrado. Ya no me siento abandonado. No llores Señor, no llores, que me vas a hacer llorar. Como un niño, te quisiera consolar.
VIII-Jesús consuela a las santas mujeres Necesito tu consuelo, tu amparo, el alero de tu casa. Soy como una hoja de otoño. Recógeme y colócame entre las hojas del cuaderno de tu ternura. Soy como un loco abejorro, déjame posarme en los pétalos de tu bondad; soy como un cordero perdido, ven a buscarme, amado Pastor, tómame en tus brazos y vuélveme al redil. Soy como tierra agostada, seca, sin simiente; siembra en mi surco Señor. Siembra en mi surco. Soy, en fin, el hijo de Adán, y busco la casa tuya, tu sonrisa, el calor de tu compañía, la hondura de tu amor, tu palabra de cariño, la amistad, el contacto de tu manto, la luz de tus ojos, la bondad de tu mirada, tu comprensión. Perdón, mi Señor. Perdón.
IX-Tercera caída de Jesús Señor: te vio caer la montaña y el río que corre junto a ella. Te contempló, impotente, una estrella, el árbol del bosque, la centella. Se silenció el trueno y el viento, gimiendo, se lo contó al ocaso. Y aquí estoy, Señor, buscando tus ojos, para pedirte clemencia, para decirte que he vuelto, que se acabó mi ausencia, que viviré sólo en tu presencia. Yo fui el que te empujé, mi Dios. Perdona mi oración tímida, mi plegaria simple. Sólo quiero decirte que cansaré tu oído con mi llanto, que te acariciaré con mi quebranto. No apartes de mí tu mirada, no me huyan tus palabras, no me falte tu aliento. Tú, Señor, que sabes de cada estrella el nombre, que habitas donde se hace azul el universo, perdóname, soy sólo un hombre.
X-Jesús es despojado de sus vestidos No contento con ponerte una corona con las espinas dolorosas de mi soberbia y vanidad, te he dado golpes con el látigo del desagradecimiento y te he cargado con la cruz de la ignominia. Con mi ignominia. Pero, además, te he puesto desnudo sobre el madero, para recordarte la vergüenza que tuve de mi cuerpo. ¿Recuerdas cuando me acogiste en el jardín de tu casa y me cubrí con una hojarasca? Tu bondad es tan sublime, sin embargo, que, sin pronunciar una palabra, me enseñaste como volver a la casa del Padre: Desnudo, desnudo de vanagloria, oropel y bagatelas; todas naderías de mi idolatría nacidas. Si, Señor, me desnudaré de mi impudicia y pereza, de mi molicie, de mi afanosa búsqueda de pequeñeces que no llenan mi corazón. Me despojaré de mi avaricia para vestir al desnudo, porque así te he visto y me ha dado espanto de haberte ofendido tanto. Desnúdame, Señor, de mi maldad, y cobíjame bajo tu sagrado manto. Estoy vestido, Señor, y tengo frío. Estoy harto y tengo hambre. Tengo mis bolsillos llenos y me siento pobre. Vivo libre y me sientro preso. Vísteme, Señor, con tu desnudez; sáciame con el hambre de tí; vacíame los bolsillos y llénalos de misericordia, y aprésame entre tus brazos y hazme libre para sembrar concordia.
XI-Jesús es clavado en la cruz Atravesé tus manos y tus pies, no con clavos sino con pecados. Tus manos, Señor, igual a las mías; pero ellas sólo han repartido paz y ternura. Las mías, amargura. Tus pies, hacia la choza del pobre han dado sus pasos. Los míos hacia el ocaso. Cada vez que levanté mis manos para horadar las tuyas, tuve que buscar tus sagradas palmas. Al entrar en los clavos, mordía mi propia alma. Siempre, Señor, ahora lo entiendo, estuviste con las manos abiertas, generoso hasta en el dolor y tu rostro mirando al cielo mientras yo buscaba en ídolos, consuelo. Mi Dios, dame fuerzas para abrir mis manos; que de ellas salgan caricias, bondad, dulzura y caridad. Dame la gracia de mirar al cielo y clava Tú mi corazón con el deseo ferviente de tocar a la puerta de tu casa y decirte, sin temor, Abbá, Padre, aquí estoy. Abre, que te quiero, que me muero sin tu amor. No permitas que mis manos ejecuten violencia ni mis pies me lleven lejos de tu presencia. Dame la gracia de que mis manos sean tus manos y mis pies sólo caminen a tu lado.
XII-Jesús muere en la cruz Tú, como Abel, inocente. Yo, como Caín, inclemente. Te robé los vestidos y jugué tus prendas y a otros he robado sus haciendas, sus telares, su vivienda, el techo que les cobija, la honra de sus hijas. Y me perdonas, y amoroso me acoges, aún en la cruz pendiendo. Señor, me estoy hundiendo. Ven. No me dejes. Cuando tu amado rostro, demudado de dolor, desde la cruz miraba suplicante, yo estaba allí, Señor, no sabía lo que hacía. Sólo un ladrón, mejor que yo, suplicó tu perdón. Dame, Señor Jesús, sólo la oportunidad de ser un buen ladrón.
XIII-Jesús en las manos de su Madre
Manos amigas te pusieron en los brazos de tu Madre Santísima, como un despojo. Eras en sus brazos, Señor, como una rosa arrancada al jardín del Paraíso. Como una avecilla herida. Como se dobla una gavilla. El dolor de su pecho de madre, bebida de vinagre. El llanto de sus ojos tiernos, una plegaria al Eterno. Su mirada triste, acongojada, como si tuviera el alma amortajada. Esa tarde el sol huyó. No quiso ver llorar a tu Madre. No quiso iluminar la escena y no se atrevió a dar luz a mi rostro desalmado cuando te puse en la cruz. Señor, yo quiero tenerte en mis brazos, llorar tus heridas, consolar tu quebranto. Tenderé mi mano al marginado; al que llora enjugaré el llanto y al que pide le daré mi manto. Porque en ellos vives, solitario, porque en ellos mueres de nuevo, en el Calvario.
XIV - Jesús en el sepulcro
Y te puse en el sepulcro. Pero si yo soy un sepulcro. Blanqueado. Te escondí como el ladrón las especies robadas; como el mentiroso, la verdad rechazada. Te levanté como un madero seco, y apenas mostré tu desnudez salieron brotes de fe, esperanza y caridad, en el ladrón, en la adúltera, en el leproso del pecado y en el ciego a tu bondad. Te levanté como un madero seco y de tu desnudez salió un vestido níveo y luminoso de perdón. En tu sepulcro no puse el madero, Señor. Permíteme hacerlo mío y cargarlo con la fuerza de la fe, con la alegría de la esperanza de que me esperas a la puerta de tu casa. Dame el madero, Señor, para reposar allí el alma y el corazón y para ser lumbre y calor de estío, para tanto hombre que tiene frío.

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