En compañía de los santos
Por
P. Antonio María Sicari, o.c.d.
Oración inicial
Señor Jesús, para acompañarte en
la Via Crucis hoy estamos nosotros, tus sacerdotes, los siervos que te has
escogido para construir y guiar tu Iglesia.
Tú has querido servirte de
nosotros para hacer presente tu persona a la comunidad de creyentes.
Cada día Tú nos comprometes en el
misterio de tu Pasión y de tu Resurrección.
Cada día nos entregas tu Palabra
y tu Misericordia para sembrarla en el mundo.
Cada día resuena en nuestro corazón y en nuestra alma tu invitación dulce y a la vez severa: "Si alguien quiere venir detrás de mi…coja su cruz y me siga".
Al iniciar esta Via Crucis
escuchamos las palabras que dijiste al apóstol Tomás: "Yo soy la vida”;
sabemos que debemos caminar por un camino, que eres Tú mismo; un camino
doloroso excavado en tu mismo cuerpo.
También oímos la voz de tu
apóstol Pablo que dice: "Completo en mi carne lo que falta a la pasión de
Cristo”, y entendemos que aquello que todavía falta es nuestra carne; esta
nuestra existencia que ya te pertenece, pero que todavía no se ha ofrecido
enteramente y que se retrae sobre todo cuando teme el sufrimiento.
Ofrecemos cada día tu Cuerpo sacrificado y tu Sangre derramada, pero siempre sentimos la tentación de apartarnos cuando deberíamos ser juntamente contigo granos de trigo triturados y racimos de uva exprimidos.
Por eso, Señor, para aprender a
acompañarte verdaderamente en este doloroso y glorioso camino, pedimos la ayuda
de tus sacerdotes Santos.
Haz que los misterios de amor y
de dolor de tu pasión queden impresos en nosotros, tus ministros, de la misma
manera que quedaron impresos, al vivo, en su cuerpo y en su alma.
I Jesús es condenado a muerte
He pensado y he dicho tantas
veces yo, tu sacerdote, que Tú has sido condenado injustamente.
Judas te ha traicionado por
ingratitud, por avaricia y por el Maligno.
Los Sacerdotes y el Sanedrín te
han desechado porque eran ciegos de tu inesperado resplandor divino.
Los solados te han dado latigazos
y se han reído de ti porque eran inconscientes y brutales.
Pilatos te ha entregado al verdugo
por miedo y escepticismo.
Y la multitud gritaba:
"Crucifícale" porque había sido instigada y había olvidado que
"habías pasado en medio a ellos haciendo el bien”.
Condenado injustamente, condenado
siendo inocente.
Pero ahora pienso, Señor, que he
olvidado la verdad más profunda y misteriosa.
Tú has sido condenado justamente,
porque has querido llevar sobre Ti el peso horrible de todos nuestros pecados,
haciendo tuya la responsabilidad delante de Dios, nuestro Creador y Padre.
Más todavía; por nosotros y en
nuestro lugar, Tú has querido "hacerte pecado por nosotros" y has
llegado a ser – delante del mundo- "como uno delante del que se cubre la
cara por la vergüenza".
"Cordero de Dios que quitas
el pecado del mundo…”, quitas el pecado porque continuas a tomarlos sobre Ti y
a expiarlos uno a uno.
Y para Ti cada día de nuestra
historia es un Viernes Santo.
Y rico de misericordia por todos, aceptaba temblar delante de la justicia de Dios.
II Jesús cargado con la Cruz
Nos hemos quedado casi solos –
nosotros, tus sacerdotes – al decir que el sufrimiento puede redimir, que el
dolor puede llenarse de significado y llegar a ser salvador.
Pero lo decimos tímidamente, como
si quisiéramos pedir perdón al hablar con este extraño lenguaje.
¡Existe tanto dolor en el mundo!
Son tantas las penas cotidianas y tantas las personas sobre las que gravita la
cruz sin poder evitarla.
Y nosotros debiéramos invitarles
a llevarla abrazándola, como Tú lo haces mientras el leño se hunde en tus
espaldas y absorbe tu sangre.
"Yo te saludo, oh Cruz de
tanto tiempo deseada" dijo tu discípulo Andrés. Como también el apóstol
Pablo anunciaba de estar alegremente "crucificado Contigo" y de
querer conocer solamente la "sabiduría de la Cruz”.
Un poeta tuyo ha dicho:
"Jesús coge la Cruz, de la misma manera que nosotros tomamos la Eucaristía”.
Somos nosotros, tus sacerdotes,
que tenemos cada día en nuestras manos tu cuerpo sacrificado y lo presentamos a
la adoración y lo ofrecemos como comida.
Tú no nos pides ser más fuertes
en saber soportar, sino más alegres en saber transubstancionar nuestros
pequeños sufrimientos en tu sufrimiento infinito, y de convertirlo en alimento
para la Iglesia.
Concédenos, Señor, adorar nuestras pequeñas cruces – sobre todo aquellas que son propias de nuestro ministerio – como pedazos de tu Cruz gloriosa.
III Jesús cae por primera vez bajo el peso
de la Cruz
Tú, Señor, "caes por primera
vez"; por tres veces caerás y te levantarás con gran cansancio antes de
llegar al Calvario.
Tu cansancio lo he predicado
muchas veces a los fieles a fin de que tomasen ejemplo.
"También Jesús ha
caído" – decía – "hasta el Hijo de Dios ha experimentado la debilidad
que acaba con nuestras pobres fuerzas". Pero en realidad lo decía como si
de Ti se hubiera podido esperar una energía mucho más indómita.
Y he olvidado que tus caídas
fueron los últimos y decisivos pasos de tu Encarnación.
Por nosotros Tú has descendido
del cielo; has bajado a una pobre cueva de Belén; has bajado en medio de una
multitud de pecadores y de enfermos.
Has bajado…, pero esto no sería
suficiente sin aquellos últimos pasos de obediencia, que te aproximan al
corazón de la tierra, a tu sepulcro nuevo.
Así Tú, cayendo, comienzas a
pegarte al suelo con todo tu cuerpo.
Besas la tierra como hace el
misionero que llega a un país extranjero, que será su patria.
Te postras al suelo y lo besas
como hemos hecho nosotros sacerdotes el día de nuestra Ordenación.
Se comienza inevitablemente a
sufrir porque es necesario llevar a Cristo y la Palabra de Dios a todos los
hombres, y el camino es desigual y muchas veces accidentado.
Pero tú, Señor, concédenos caer
solamente en tu camino.
IV Jesús encuentra a su Madre
Siguiendo el camino, Señor,
ciertamente has encontrado a tu Madre.
Eran más de treinta años que Ella
esperaba el día anunciado en el que "una espada de dolor le habría
traspasado el alma”. De esta manera te acompañaba al calvario cuando ya el
centurión tenía en la mano la lanza, que habría traspasado vuestros corazones.
La tradición ha puesto en la boca
de la Virgen el lamento del profeta: "Oh vosotros que pasáis por el
camino, mirad si existe un dolor semejante al mío…"
Pero todos nos hemos detenido
delante del portal del misterio, atentos solamente al dolor provocado por los
insultos y las heridas.
No hemos contemplado el verdadero
y bienaventurado dolor de tu Virgen Madre, silenciosa, delante del diálogo que
Tú tenías con tu Padre, antes de que Él te abandonase.
Ciertamente María recordaba las
palabras del ángel: "darás a luz un Hijo…, será grande…, y su reino no
tendrá fin…”.
Y a Ella todavía se le pedía que
consintiera, que repitiera el Fiat, que abandonara al Hijo en el momento de la
muerte y que en cambio recibiera al discípulo...
Pero cómo no podía Ella no
consentir si había sido llamada – Ella en primer lugar – a contemplar "el
precio del rescate”; no sólo nuestro rescate de hijos pecadores, sino todavía
más: su rescate de Señora Inmaculada, anticipadamente redimida por el
sacrificio del Hijo.
María acompañaba a Jesús al
monte, allí donde habría comprendido, en misterioso temblor, que era la primera
"Hija de su Hijo”.
A los pies de la Cruz, viéndose
totalmente desde siempre dentro de un mar de gracia, Ella se convierte para
nosotros en Madre de misericordia.
En esta estación aprendemos
solamente de Ella, la Toda Santa.
V El cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz
Un hombre, que por casualidad
pasaba por allí volviendo de su terreno, fue obligado a llevar tu Cruz para
darte un poco de alivio. No sabemos nada de él, pero sabemos que sus hijos,
Alejandro y Rufo, fueron cristianos. Y conmueve pensar que quizás fue la improvisa
y misericordiosa manera en que fue comprometido el padre, en aquel camino de
pasión, aquello que los engendró en Cristo.
Pienso de nuevo en tantas meditaciones blandas en las que se pide a los cristianos que lleven "un poco de Cruz" juntamente a Jesús.
En verdad, Tú estabas muy
cansado, Señor, y era lógico tu continuar penoso detrás del Cirineo, que
llevaba encima tu cruz.
Sin embargo, el evangelista nota
que "le pusieron encima la Cruz, para que la llevase detrás de Jesús, y lo
seguía una gran multitud del pueblo”.
Llevando tu Cruz el Cirineo
aprendió a seguirte y, juntamente contigo, llegó a ser un guía para el pueblo.
Nosotros sacerdotes no debemos
llevar solamente nuestras cruces cotidianas, debemos llevar propiamente la
Tuya, para poder pedir a nuestro pueblo que te siga.
VI La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Es éste el único episodio
inventado por la piedad popular con el fin de dar a todos y a cada uno un sitio
en la Via Crucis; el sitio de amor y de ternura que toca a la Esposa.
Entre la Verónica y Jesús – entre nosotros y el Crucificado – un velo; un velo para enjugar el rostro atormentado del Esposo para devolverle su forma y su belleza.
La Verónica representa y describe
el destino feminino-esponsal de toda la Humanidad; la íntima naturaleza de la
Iglesia nacida del costado de Cristo y unida irrevocablemente a Él; la vocación
y la misión para la cual viene escogida cada alma cristiana.
Verónica es la mujer del Cantar
de los Cantares, cuya pasión de amor es llegar a ser con-pasión, un verdadero
sufrir junto al Amado.
Verónica es aquella que guarda
dentro de sí la imagen del Amado a fin de poderlo encontrar siempre.
Verónica son nuestras comunidades
cristianas cuando buscan entre la multitud la presencia del Amado, y lo
descubren en el rostro de los más humillados y se dan prisa para limpiarles con
infinita dulzura.
Verónica son también tus santos
sacerdotes cada vez que se llenan de ternura, cuando encuentran tu rostro
desfigurado y lo honran con una caridad sin límites y con genial trato…
VII Jesús cae por segunda vez
A mitad del recorrido tú, Jesús,
caes todavía, como si el camino se abriese y se derrumbase por ambos lados.
Y ésta es todavía una caída más
humillante porque la Cruz está sobre las espaldas del Cirineo. Pensaban que Tu
podías resistir…
Pero Tu caes porque tienes encima
el inmensurable peso de la miseria humana, y ésta es una carga invisible a los
ojos.
Caes porque eres un Creador que
se ha hecho criatura, y las criaturas te han cogido con la trampa como si tu
fueses una alimaña.
Caes porque tu puesto es el de
esclavo golpeado a sangre y que inútilmente se lamenta con un canto.
Caes porque eres igual a una
bestia de carga, que cae en tierra y el peso le viene encima.
Y mientras caes nos concedes de
no distraernos al contemplar tu pobre cuerpo abatido; ayúdanos a no apartar la
mirada de tu rostro entumecido entre piedras.
Señor, haz que aceptemos
voluntariamente de caer junto a Ti, todas las veces que tú deseas que nos
levantemos renovados.
Solamente tuvo tiempo de dar la
Extrema Unción a la madre y el Bautismo a la niña antes de que murieran. Pero
se levantó movido por la gracia. Había llegado a ser – como le gustará llamarse
– "el peón de la Divina Providencia".
VIII Unas madres lloran por Jesús
Unas madres lloran por el Hijo de
María, humillado y conducido a la muerte, aunque si todavía es un leño verde.
Pero es Jesús quien se conmueve
por ellas; quisiera que fueran las madres quienes llorasen por ellas mismas por
haber generado y dado la leche a hijos que – sin El – serían destinados a arder
como leña seca, en el incendio de un mundo sin salvación.
Jesús conoce el dolor de las
madres de cada tiempo; aquellas que no se consuelan delante de la crueldad de
Herodes (un Herodes de las mil caras) que roba sus hijos de entre sus brazos, y
el de aquellas que se acusan de no haber sabido o querido protegerlos.
Jesús conoce también el lloro de
los hijos de generación en generación. Niños que las mismas madres han
rechazado cuando todavía estaban en su vientre; niños que sus padres los han
desechado; niños sin casa, sin cuidados, sin pan, sin juegos; niños vendidos
por el placer de la ganancia.
Conoce también el dolor sordo de
los contactos llenos de desilusión; padres que no han sabido llegar a ser tales
y jóvenes que no han sabido comportarse como hijos.
Estos sufrimientos, Señor, que tú
conoces porque eres Hijo, porque están muy cerca – más que otra pena – del
mismo misterio de tu Persona.
Concede a nosotros Sacerdotes el
saber ver solamente hijos tuyos a nuestro alrededor.
IX Jesús cae por tercera vez
Es la tercera vez que caes, Señor,
y según la iconografía tradicional te obligan a levantarte con la furia de los
latigazos, como si te faltase un "de más" de sufrimientos para darte
la fuerza de padecer todavía.
Pero tú conoces la verdad
escondida.
Antes de ser levantado entre el
cielo y la tierra, antes de poder volver "a la derecha del Padre"
debes, por última vez, manifestar tu completa entrega a nuestra tierra, al polvo
del cual hemos sido hechos.
Caes porque quieres abrazar a
todos cogiéndonos entre tus brazos mientras nosotros caemos.
Caes por tercera vez, como tres
veces has sido tentado por Satanás que quería quitarte tu verdadera
"encarnación".
Caes por tres veces, como tres
veces ha caído el primero de tus apóstoles cuando te ha renegado.
Caes por tres veces, porque la
tercera vez es aquella definitiva y si te levantas de nuevo es porque el Padre
es "más fuerte de todos" y te hará resucitar "después de tres
días" de tu caída mortal.
Danos Señor el modo de comprender
que ciertas caídas son solamente el presagio de resurrección.
X Jesús es desnudado de sus vestidos
Mientras los soldados se dividen
los vestidos y echan a suertes la túnica inconsútil, tu cuerpo desnudo resplandece
de humillación y de gloria.
Detenerme en esta décima
estación, Señor, ha sido siempre para mí la cosa más difícil, y nunca me ha
sido fácil estar con los fieles para ayudarles a contemplarte.
No por tu dolorosa y tremenda
desnudez, sino por los misterios que intuyo y que exigirían una sensibilidad
mística, aquella de innumerables Santas y Santos que te han adorado como su
"Esposo Crucificado".
Pensándolo bien, Jesús mío, en toda la Via Crucis está escondido un drama nupcial; de una parte, se encuentra la humanidad perdida que te rechaza como Esposo y te traiciona, de la otra está tu Humanidad que acepta el rechazo y la traición, y lo transforma en comunión esponsal.
Así ha sucedido en tu último
encuentro con Judas al que has verdaderamente abrazado y besado.
Así ha sucedido cuando te han
revestido de púrpura y te han coronado, como se corona al Esposo en el momento
de la boda.
Así ha sucedido cuando te han
"presentado" delante a la multitud de los enviados: "He aquí el
hombre", he aquí el Elegido, el Amado.
Así sucede ahora que los soldados
te ayudan a desnudarte y Tú te ofreces a la Esposa en alegre e inocente
desnudez (aquella del nuevo Adán, que no tiene por qué avergonzarse).
Así sucederá dentro de poco
cuando te extenderás sobre la cama de la Cruz para un verdadero matrimonio con
la Señora Pobreza.
XI Jesús es clavado a la Cruz
En la oración que Jesús recitaba
sobre la cruz – en el salmo que empieza "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?" – estaban también estas palabras: "Han horadado mis
manos y mis pies / se pueden contar todos mis huesos". Y la oración
continuaba de esta manera: "Anunciaré tu Nombre a mis hermanos / te
alabaré en medio de la asamblea”.
La Cruz era el púlpito que el
Padre te daba, oh Jesús, para revelarnos su nombre y para alabarlo juntamente
con nosotros, tus pobres crucificadores.
Perdóname, si pienso ahora al
ministerio que me has entregado y al anuncio que me pides repetir cada día
"a mis hermanos".
Ciertamente te debo obediencia,
pero pocas veces he pensado a tu absoluta obediencia, aquella manera tuya de
estar irremediablemente "clavado" a la cruz.
Un antiguo texto medieval ofrecía
a los monjes estos "tus" consejos: "Como un crucifijo no puede
mover los miembros según su proprio capricho, ni puede girarse, sino que debe
permanecer inmóvil allí donde lo ha clavado, así es necesario que tu estés en
tu cruz y renuncies a ti mismo, sin poder cambiar la voluntad detrás de las
fantasías o al placer de un instante, sino aplicándola totalmente allí donde mi
voluntad te ha destinado”.
Concede también a nosotros, tus
Ministros, de permanecer crucificados con alegría – en pobre y desnuda
obediencia – al ministerio que nos has entregado.
Los estigmas mostraron evidentemente el milagro del sacerdocio cristiano; haciendo ver el "caro precio" de sangre escondido en cada sacrificio eucarístico, en cada absolución sacramental, en cada intercesión de gracias y en cada conflicto con el Maligno; como también el precio escondido en la humilde y constante sumisión a tu Iglesia.
XII Jesús muere en Cruz
Después de haber perdonado la
obtusa maldad de los hombres, después de haber escuchado de parte de un ladrón
arrepentido una dulce oración ("Jesús, acuérdate de mí”), después de haber
gritado "Tengo sed" - casi un último testamento para nosotros – Jesús
muere.
Señor, los místicos medievales
decían que deberíamos meditar tu muerte en cruz "insatiabiliter" sin
cansarnos nunca de entrar en la profundidad de tu "muy grande amor”.
El discípulo Juan – el único de
los Doce que te ha visto morir – ha observado el momento de tu muerte y ha
conservado para nosotros un recuerdo precioso: "Jesús, después de haber
reclinado la cabeza, entregó el espíritu”.
A cada moribundo el ultimo
respiro escapa de los labios y acto seguido la cabeza cae sobre el pecho.
Sin embargo, Tú has inclinado
antes la cabeza y después has "entregado el Espíritu": de esta manera
tu último respiro descendió sobre la pequeña Iglesia ya reunida a los pies de
la Cruz.
Aquel último suspiro de moribundo
era como el hálito del Creador sobre el primer hombre; era como el Espíritu
enviado a la Virgen en el momento de tu Encarnación, que ya anunciaba aquel
respiro de vida nueva que infundiste sobre los discípulos la tarde de la Pascua
y el día de Pentecostés.
XIII Jesús es puesto en los brazos de su
Madre
Antes de los últimos pasos que te
llevarán al sepulcro, oh Jesús, descansas unos momentos en paz, en los brazos
de tu Madre, como un hijo fatigado después de una larga jornada.
Ha sido la "jornada"
que el Padre te ha señalado – una buena andadura de trabajo – y Él está dispuesto
a llevarte junto a Sí
Como María, también el Padre
celeste te recoge en su seno y te susurra: "Tú eres mi Hijo; hoy te he
engendrado”.
Con fe, esperanza y caridad, la
Virgen Madre retiene silenciosamente entre sus brazos tu cuerpo ya muerto.
En Ella vemos la imagen y el
modelo de la Iglesia que – con alegría y con sufrimiento – engendra
continuamente a los hijos de Dios y espera su resurrección.
A nosotros, tus ministros,
concede, Señor, tener "piedad"; piedad por tu eterno sacrificio que
debemos renovar cotidianamente, teniéndote entre las manos; piedad por todos
aquellos que debemos engendrar como hijos tuyos, acompañándoles en la pasión y
preparándoles a la vida resucitada.
"No sé rezar" – fue la
respuesta irritada de aquella mujer. Le respondió con mansedumbre:
"No es necesario que tú
digas toda el Avemaría; di solamente "Ruega por nosotros pecadores".
Y ella nunca pudo olvidar el
rostro de aquel anciano sacerdote a quien había asesinado. Más tarde dirá:
"Él tenía compasión de mi". Le había dado la muerte, pero él la había
hecho nacer a la gracia.
XIV Jesús es puesto en el sepulcro
En María, la Iglesia te ha
acogido para siempre entre sus brazos y espera el milagro.
En la tumba obscura tu cuerpo
yace vigilado por la Trinidad y en gran silencio llega el diálogo de la
Resurrección.
El corazón del Padre ha quedado
herido por tu oración, cuando le has pedido "con grandes gritos y lágrimas
de verte liberado de la muerte”, y el Padre – que "siempre te
escucha" - no puede dejar "que su Santo vea la corrupción”.
De esta manera, en la noche de la
sepultura, como ya había hecho en la oscuridad de la cueva de Belén, con la
fuerza del Espíritu Santo, el Padre te engendra nuevamente: "…luz de luz,
Dios verdadero de Dios verdadero".
Ni la gran piedra sellada ni los guardianes, que vigilaban la tumba, pudieron impedir la transubstanciación de tu cadáver en cuerpo resucitado.
Desde entonces todos tus fieles
aceptarán, en el Bautismo, el estar "sepultados contigo" con el fin
de poder resucitar contigo.
Ayúdanos, Señor, a no tener miedo
de los sepulcros de esta tierra y ayúdanos a descender en ellos seguros de
estar entre las manos de tu Padre.
Haz, Señor, que podamos
permanecer delante de tu sepulcro en adoración de espera, como hizo Santa María
de Betania, la mujer que te había ungido anticipadamente con "el aceite
perfumado para la sepultura" y que tu escogiste como primer testigo de tu
Resurrección.
Oración Final
Señor Jesús:
Te hemos acompañado en el duro
"camino de la Cruz" con fe, amor y esperanza.
Hemos entendido cuanto te ha
costado ofrecerte a nosotros como Camino para hacernos llegar al Padre; cuanto
te ha costado caer en el precipicio a fin de permanecer entre nosotros y el
Infierno, para abrazarnos en nuestra pérdida y darnos tu misma vida.
En tu Sumo Sacerdocio hemos contemplado nuestro sacerdocio ministerial.
En tu santo Sacrificio hemos
contemplado el sacrificio que nos pides ofrecer con nuestras manos y con nuestra
vida: la Eucaristía total que debemos y queremos presentar a tu Padre.
En tu obediencia hasta la muerte
de Cruz hemos contemplado la obediencia que hemos prometido a Ti y a tu
Iglesia.
En la pasión de tu Amor absoluto
hemos contemplado la ofrenda pura de todo nuestro yo – en el cuerpo y en el
alma – porque está destinado a trasmitir tu amor.
Haz que esta contemplación
repetida llegue a ser acción humilde y cotidiana, servicio fiel e indómito.
En esta Via Crucis nos ha acompañado el vivo recuerdo de la Santa Virgen de los Dolores – Madre de nuestro sacerdocio – y nos ha ayudado el ejemplo generoso de Santos Sacerdotes.
Por su intercesión, Señor,
concédenos saber "dar la vida" por nuestra grey, como el buen pastor
que nunca huye, sino que custodia y protege a sus ovejas.
Danos tu Santo Espíritu que nos hace santos, y renueva en nosotros la conciencia feliz de ser "hijos" de tu Padre celestial; hijos en tu Hijo, enviados al mundo "para reconciliar a todos los hijos dispersos de Dios”. Amen.